jueves, octubre 02, 2008

Trevélez-Siete Lagunas-Alcazaba-Puntal de Vacares-Laguna de Vacares-Trevélez

Trevélez-Siete Lagunas-Alcazaba-Puntal de Vacares-Laguna de Vacares-Trevélez
Sierra Nevada, 13 y 14 de septiembre de 2008:
Una odisea casi espacial.

Sábado 13 de septiembre

A las 9 de la mañana de un soleado sábado de finales de verano, nos dimos cita en la plaza del Barrio Alto de Trevélez (la localidad situada a más altitud de España, 1480 m.) ocho compañeros que íbamos a compartir la que en mi modesta opinión, ha sido una de las travesías estrella de la temporada. Fué una ruta exigente, dura, larga (algunos tramos incluso un poco desesperantes), con gran desnivel y que nos permitió recorrer parajes muy bellos y desconocidos de la cara sur de Sierra Nevada.

Tras una breve visita a la panadería del pueblo, emprendimos la marcha por las calles empinadas de la bonita localidad alpujarreña. Pronto salimos del pueblo y continuamos por una vereda muy bien señalizada, que discurría entre huertos, cortijos de piedra y establos de vacas. A nuestra derecha quedaba el valle del río Trevélez y las lomas de la vertiente contraria, por donde descenderíamos al día siguiente.

Íbamos ganando altura rápidamente, atravesando acequias, barrancos y chorreras. Poco después de sobrepasar el cortijo de Piedra Redonda, giramos bruscamente a la izquierda, para abandonar el valle del río Trevélez, en dirección a la loma del Mulhacén, por un lugar llamado Prados Grandes. Aunque el día era soleado, en las alturas se veían unas nubes que cubrían las cumbres y que no nos hacían ninguna gracia. Seguimos ganando altura, llegamos a una gran chorrera, lugar que aprovechamos para descansar, comer algo y saludar a un grupo de montañeros malagueños, que Jaime conocía por haber participado en la travesía del Arco Calizo Central, y sin mucho entretenimiento continuamos, pues quedaba mucho camino. Nos adelantó un arriero con dos mulas cargadas... ¡de mochilas!. El buen señor se gana un buen dinerillo porteando con sus bestias las mochilas de los montañeros que quieren subir a Siete Lagunas ligeros de peso. Las mochilas eran de los malagueños. A este paso Sierra Nevada se va a poner como el Djebel Toubkal o el Tibet, que vas con lo puesto y los porteadores te llevan hasta la muda. Continuamos a buen ritmo hasta llegar a un pinar, que atravesamos para alcanzar unas rocas donde los más adelantados esperaban al resto. No quedaba mucho para Siete Lagunas, pero sin duda era el tramo más duro. Atravesamos una zona de prados y riachuelos llamada la Campiñuela, hasta que llegamos al río Culo de Perro, que bajaba caudaloso y bravo desde las alturas de Siete Lagunas. Los del grupo de delante continuaron por la vereda oficial, pero los de atrás fuimos siguiendo el curso del río, disfrutando de sus innumerables saltos de agua y de los verdes prados de las riberas. Al final terminamos en la vereda “oficial” y desde allí divisamos con toda su majestuosidad las Chorreras Negras, una inmensa cascada que es desagüe de la laguna Hondera, la primera y más grande del circo de Siete Lagunas. Esta chorrera es el nacimiento del río Culo de Perro. Subimos la chorrera “a hierro”, por su parte derecha. Tras un rato algo penoso por el desnivel y por el cansancio acumulado, llegamos por fin a la base del gran circo de Siete Lagunas, uno de los parajes de montaña más bellos del mundo. Habíamos superado 1.500 m. de desnivel en poco más de cinco horas. Los compañeros más adelantados estaban comiendo ya, a orillas de la laguna Hondera, y los demás pronto nos sumamos a ellos. El paisaje era magnífico, las nubes amenazantes de la mañana se habían disipado, y la cima del Alcazaba se mostraba desafiante a nuestros ojos.

Tras la comida, nos encaminamos por una cómoda vereda en dirección nordeste hacia la loma del Alcazaba. En poco más de 45 m. alcanzamos la piedra del Yunque, lugar que marcaba el inicio del ascenso al Alcazaba por su parte más suave, la loma de la cara sur. Tras las fotos comenzamos la ascensión, con un poco de apretura por lo avanzado de la hora. Las nubes de la mañana habían vuelto a hacer acto de presencia, y comenzó a soplar un viento de cumbre gélido e incómodo. Jaime, Rafa, José Antonio y Paco iban muy adelantados, todo derechos hacia la cumbre del Alcazaba. Vicky, Antonio y una servidora, escoltados por el siempre atento Juan A. Mena, íbamos más retrasados. El frío era cada vez más intenso, las nubes una pesadilla y el cansancio hizo mella en el grupo de atrás. Aunque quedaban poco más de 100 m. de desnivel, las dos féminas del grupo y Antonio decidimos quedarnos a esperar a que el resto bajara, mientras Juan Mena subió a la cima para avisarles de que estábamos esperándolos. Al cabo de un rato bajó el subgrupo que había hecho cumbre, y todos juntos emprendimos el descenso hasta la piedra del Yunque.

Nuestra idea inicial era continuar hacia la laguna de las Calderetas para pernoctar allí, pero dado lo avanzado de la hora, decidimos hacer noche en unas corraletas que encontramos unos 200 m. por encima de la piedra del Yunque, junto a unas grandes rocas.

En mi opinión mereció la pena el cambio, pues desde aquella atalaya, a los piés del Alcazaba, pudimos divisar uno de lo atardeceres más bonitos que se puede imaginar, seguido de una inmensa luna llena que pronto irrumpió en el horizonte. En los valles de los ríos Trevélez y Culo de Perro se habían quedado aprisionadas unas nubes que parecían un colchón para nuestros sueños montañeros. Al otro lado de estos valles, a lo lejos, se divisaban las luces de los pueblos de la costa granadina, y un poco más lejos, la línea de costa de África.

El viento había cesado y la temperatura era bastante agradable. Cenamos, charlamos un rato y nos metimos en los sacos, acurrucados por la luna llena y el manto de nubes prisioneras en los valles.

Como no podía ser de otra forma, a eso de la una de la madrugada, un zorro vino a intentar cenar a nuestra costa. Fué Rafa Sancho quien se encaró al animal, que sin mucho desafío se marchó, dejándonos desvelados al resto, no por miedo, sino por el temor a encontrarnos a la mañana siguiente con la mochila destrozada o sin botas. Por si acaso, una servidora protegió sus pertenencias con unas grandes piedras. El zorro no volvió a aparecer, y el resto de la noche transcurrió plácida y tranquila, sin apenas viento, aunque con un descenso de temperatura considerable al amanecer.

Domingo 14 de septiembre

A la mañana siguiente Vicky y Juan Mena nos dieron una grata una sorpresa: un lujo de desayuno en aquellos parajes tan alejados del “mundo”, consistente en unos cafés que se calientan solos (como los que venden en las gasolineras) y unas pastas que sabían a gloria. ¡Un 10 para ellos!. Tras el desayuno y con el sol ya un poquito alto, comenzamos a caminar en suave descenso por una media ladera, en la parte baja de los impresionantes Tajos del Goterón. Nuestra primera meta era una bonita cascada que caía hacia el barranco del Goterón. El terreno era de piedra suelta pero se caminaba con cierta comodidad. Una vez alcanzada la cascada, en vez de dirigirnos a la parte baja de las lagunas de las Calderetas, comenzamos a ascender en dirección a un collado llamado Raspa de los Acucaderos, dejando a la izquierda la laguna del Goterón, que estaba prácticamente seca. Una vez en lo alto del collado, teníamos a nuestros piés las lagunas de las Calderetas, y a tiro de piedra el Puntal de Calderetas (3.047 m.), punto de comienzo de una crestería que nos llevaría al Puntal de Vacares (3.136 m.).

El ascenso hasta el Puntal de Calderetas fué bastante sencillo, y una vez allí, contemplamos un paisaje realmente espectacular: El estremecedor Puntal del Goterón, guardián de la tenebrosa cara norte del Alcazaba, más alejados, el Veleta y el corral del Veleta, el Cerro de los Machos, el barranco de San Juan, que desemboca en la espectacular Vereda de la Estrella, Güejar Sierra en la lejanía, y la loma del Calvario más a la derecha. Lo más espectacular de la vertiente norte de Sierra Nevada estaba a nuestra vista. Comenzamos a crestear en dirección nordeste, con las lagunas de las Calderetas siempre a nuestra derecha, y como sucede en todas las cresterías, avanzábamos a golpe de buena orientación e intuición montañera, pues no había ninguna vereda ni hitos. Nos fuimos ayudando unos a otros, y con más facilidad de lo que esperábamos inicialmente, alcanzamos el Puntal de Vacares, desde el cual observamos una perspectiva totalmente distinta de la sierra: el collado de Vacares, su misteriosa laguna, y las cumbres de algunos de los tresmiles orientales de Sierra Nevada: Pico del Cuervo, Pico de la Atalaya...

Sin entretenernos más que para las fotos, comenzamos a descender hacia la laguna de Vacares, por un terreno pedregoso pero que ofrecía bastantes facilidades para bajar, incluso una marcada senda a partir de cierto punto. La laguna de Vacares, que desde arriba parecía poco más que un charco, comenzó a mostrarse en toda su plenitud. Sin lugar a dudas, es la laguna más bella, la más profunda, la más azul, la más fascinante y la más diferente de todas las de Sierra Nevada. Recuerda bastante a los ibones pirenáicos. Cuenta una leyenda que nació de las lágrimas derramadas por la pena de una joven princesa mora, condenada por su padre a vivir en un lujoso palacio construido en las cumbres de la sierra, lejos de las tentaciones de los hombres, y dicen que en el fondo del lago está sumergido el hermoso palacio.

Hicimos la parada para el almuerzo en las orillas de tan idílico lago, algunos aprovecharon para remojarse los piés, y tras las fotos artísticas de algunos retratistas y las fotos de grupo con trípode y disparador automático, emprendimos el descenso en dirección al río Juntillas, un afluente del río Trevélez.

Descendimos por la Reguera de los Caños, una serie de arroyos que nacen en las chorreras de desagüe de la laguna de Vacares. Un poco más abajo, a estos arroyos se une el río Juntillas, y forman la acequia de Vacares, que va discurriendo por la falda de la Loma Pelá en dirección Este. A medida que fuimos avanzando, dejamos a nuestras espaldas un espléndido panorama: la impresionante loma del Alcazaba, la Cañada del Goterón, la Loma de Vacares y la Reguera de los Caños... Al mismo tiempo, el valle de Trevélez comenzaba a aparecer tras la loma del Alcazaba, con todo su esplendor. Continuamos caminando por la acequia de Vacares en dirección a la unión del Río Juntillas con el Río del Puerto, que baja del Puerto de Trevélez, antigua vía pecuaria y paso natural entre las comarcas del Marquesado de Zenete y la Alpujarra. La unión de estos dos ríos forma el río Trevélez. Una vez alcanzada la unión de los ríos, comenzamos a descender por prados y cortijos de piedra semiabandonados, que cada vez nos acercaban más al cauce del río Trevélez. Numerosas chorreras provenientes de la vertiente izquierda del río alimentaban su inusualmente caudaloso cauce, para ser finales de verano.

Alcanzado el cauce del río, solo tuvimos que seguir la vereda que unas veces por su parte derecha y la mayor parte de las veces por la izquierda (hay numerosos puentes que lo cruzan), iban siguiéndolo fielmente, permitiendo admirar la belleza de sus innumerables saltos, rápidos y cascadas. Es un río de montaña, bravo, lleno de espuma y de vida (y de truchas, aunque por ser parque nacional no se puede pescar), ruidoso y avasallador, pues grandes tramos de la vereda estaban encharcados por sus aguas, lo cual nos obligó a ir sorteando estas mini-lagunas que se formaban a los lados del río.

Con las últimas luces de la tarde, y realmente exhaustos, llegamos a Trevélez. Teníamos la sensación de haber estado media vida en la montaña. Realmente la distancia recorrida y el desnivel habían sido tremendos, y el terreno a veces difícil, pero la variedad de paisajes, la inmensidad de las cumbres y los valles, la sensación de plenitud al recorrer parajes tan solitarios y alejados de las rutas “famosas” de Sierra Nevada, la soledad y misteriosa belleza de las lagunas de Calderetas y Vacares, la bravura del río Trevélez, la espectacularidad de las chorreras y el precioso atardecer en la loma del Alcazaba... solo estuvieron a la alcance de quienes nos atrevimos a desafiar el cansancio, la altitud y las dificultades de la montaña: Vicky Beltrán, Juan A. Mena, Rafa Sancho, Antonio Sancho, Paco Leal, José Antonio Montenegro, Jaime Ramírez y una servidora, Magda la Pimentonera de Águilas.

Fotos: José Antonio, Rafa Sancho y Magdalena Mayor
Crónica: Magdalena Mayor

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