(Artículo rdel dominical XL semanal 10-16 julio 2011)
Durante mi reciente traslado a un departamento nuevo, descubrí una serie de notas de conversaciones mías con J., miembro de la orden R. A. M., una pequeña cofradía dedicada a estudiar la tradición oral y el lenguaje simbólico del mundo. Estas notas cubren nuestros encuentros desde febrero de 1982 hasta 1997.
El viaje por PAULO COELHO-FOTO.
Recientemente le pregunté si podría compartir parte de estos textos; estuvo de acuerdo, así que dedicaré las próximas cinco columnas a describir algunos de nuestros encuentros (periodo 1982-1986). Transformé los textos en diálogos para su mejor comprensión, así que las palabras de J. no son exactamente las que él usó, aun cuando el contenido sea absolutamente fiel a lo que escuché.
Los textos no están en el orden exacto. Decidí comenzar con alguna de nuestras conversaciones de 1986, cuando él insistía para que hiciese el Camino de Santiago.
-Dices que hacer el Camino de Santiago es importante. Para hacerlo, necesito abandonar todo durante algún tiempo: familia, empleo, proyectos. Y no sé si encontraré la misma situación a mi regreso.
-Espero que no la encuentres.
-Entonces, ¿debo arriesgarme a perder todo lo conseguido hasta ahora?
-¿Perder qué? Un hombre solo puede ganar o perder su alma: aparte de la vida, no posee nada más. No importan las vidas pasadas o futuras; por el momento estás viviendo esta y debes hacerlo con comprensión silenciosa, alegría y entusiasmo.
-Yo tengo una mujer a la que amo
-comenta riendo.
-Esta es siempre la disculpa más común y la más tonta posible. El amor nunca impidió a un hombre seguir sus sueños. Si ella realmente te ama, deseará lo mejor para ti. Además, tú no tienes una mujer a la que amas; la mujer no es tuya. Lo que es tuyo es la energía del amor que proyectas hacia ella. Puedes seguir haciendo eso en cualquier otro lugar.
-¿Y si yo no tuviera dinero para hacer la peregrinación?
-Viajar no es siempre una cuestión de dinero, sino de valor. Pasaste gran parte de tu vida recorriendo el mundo como hippie; ¿qué dinero tenías entonces? Ninguno. Apenas alcanzaba para pagar el pasaje, e incluso así pienso que fueron algunos de los mejores años de tu vida -comiendo mal, durmiendo en estaciones ferroviarias, sin poderte comunicar por causa del idioma, obligado a depender de los otros hasta para descubrir un refugio donde pasar la noche-.
Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más agradables. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas -y no me refiero al turismo, sino a la experiencia solitaria de viaje-, cuatro cosas importantes suceden en tu vida:
a) Estás en un lugar diferente. Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al principio esto da mucho miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuántas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
b) Porque la soledad puede ser muy grande y opresora, tú estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra, como camareros, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús.
c) Tú pasas a depender de los otros para todo: conseguir hotel, comprar algo, saber cómo tomar el próximo tren. Descubres entonces que no hay nada malo en depender de los otros, sino que, por el contrario, esto es una bendición.
d) Estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo ´yo`, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas.
Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres.
Desde muy joven descubrí que el viajar era, para mí, la mejor manera de aprender. Continúo hasta hoy con este alma de peregrino, y decidí relatar en este blog algunas de las lecciones que aprendí, esperando que puedan ser útiles a otros peregrinos como yo.
1) Evite los museos. El consejo puede parecer absurdo, pero vamos a reflexionar un poco juntos: si usted está en una ciudad extranjera, ¿no es mucho más interesante ir en busca del presente que del pasado? Sucede que las personas se sienten obligadas a ir a museos porque aprendieron desde pequeñas que viajar es buscar ese tipo de cultura. Es claro que los museos son importantes, pero exigen tiempo y objetividad – tiene antes que saber qué desea ver allí, o va a salir con la impresión de que vio un montón de cosas fundamentales para su vida pero que no recuerda cuáles son.
2) Frecuente los bares. Allí, al contrario de los museos, la vida de la ciudad se manifiesta. Bares no son discotecas, sino lugares adonde la gente va, toma algo, piensa en el tiempo y está siempre dispuesta para una conversación. Compre un diario y quédese contemplando el movimiento del local. Si alguien inicia un tema, por más bobo que sea, acepte la charla: no se puede juzgar la belleza de un camino mirando solamente su puerta.
3) Esté disponible. El mejor guía de turismo es alguien que vive en el lugar, conoce todo, está orgulloso de su ciudad, pero no trabaja en una agencia. Salga por la calle, elija a la persona con quien desea conversar y pídale informaciones (¿dónde queda tal catedral? ¿dónde está el Correo?) Si no resulta, pruebe con otra; le garantizo que al final del día habrá encontrado una excelente compañía.
4) Procure viajar solo, o – si está casado – con su cónyuge. Le dará más trabajo, nadie lo (o los) cuidará, pero sólo de esta manera podrá realmente salir de su país. Los viajes en grupo son una manera disfrazada de estar en una tierra extranjera, pero hablando su lengua natal, obedeciendo a lo que manda el jefe del rebaño, preocupándose más con las murmuraciones del grupo que con el lugar que se está visitando.
5) No compare. No compare nada – ni precios, ni limpieza, ni calidad de vida, ni medios de transporte, ¡nada! Usted no está viajando para probar que vive mejor que los otros; su búsqueda, en verdad, es saber cómo los otros viven, lo que pueden enseñar, cómo se enfrentan con la realidad y con lo extraordinario de la vida.
6) Entienda que todo el mundo le entiende. Aunque no hable el idioma, no tenga miedo: ya estuve en muchos lugares donde no había manera de comunicarme a través de las palabras y siempre terminé encontrando apoyo, orientación, sugerencias importantes, y hasta aventuras amorosas. Algunas personas creen que, si viajan solas, saldrán a la calle y se perderán para siempre. Basta tener la tarjeta del hotel en el bolsillo y – en una situación extrema – tomar un taxi y mostrarla al chofer.
7) No compre mucho. Gaste su dinero en cosas que después no tendrá que cargar: buenas obras de teatro, restaurantes, paseos. Hoy en día, con el mercado global y Internet, puede tener todo sin necesidad de pagar exceso de equipaje.
8) No intente ver el mundo en un mes. Más vale quedarse en una ciudad cuatro o cinco días, que visitar cinco ciudades en una semana. Una ciudad es una mujer caprichosa, necesita tiempo para ser seducida y mostrarse completamente.
9) Un viaje es una aventura. Henry Miller decía que es mucho más importante descubrir una iglesia de la que nadie oyó hablar, que ir a Roma y sentirse obligado a visitar la Capilla Sixtina, con doscientos mil turistas gritando en sus oídos. Vaya a la Capilla Sixtina, sí, pero también déjese perder por las calles, intérnese en las callejuelas, sienta la libertad de estar buscando algo que no sabe lo que es pero que, – con toda seguridad – encontrará, y cambiará su vida.
Un texto para llevar en el bolsillo, me gusta.
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