lunes, septiembre 29, 2008

Travesía por las playas de Cantarriján y el Cañuelo

Travesía por las playas de Cantarriján y el Cañuelo
(Paraje natural Acantilados de Maro-Cerro Gordo).

Sábado 6 de septiembre.

Un paraíso camuflado entre enclaves de masificación turística: así podríamos definir los acantilados de Maro-Cerro Gordo. Parece mentira que a tan poca distancia de Nerja, Almuñecar y La Herradura, lugares que desafortunadamente evocan urbanización salvaje, masificación y despersonalización del paisaje, encontremos un remanso de paz donde el tiempo se detiene, los sentidos se exaltan y el azul infinito del Mediterráneo nos inunda con la mayor pureza.

A las 11 de la mañana del sábado 6 de septiembre, nos dimos cita en el aparcamiento que da acceso a la playa del Cañuelo: Rocío Sáez y Juan Pérez (los más risueños de la costa malagueña), Angus y Paco (la pareja super feliz), Vicky y Juan Mena (los gourmets del helado artesano), Gabriel y Ana Mª (recién llegados del Coronil, corazón de la Sierra Sur de Sevilla), Inma de Granada, Rosa (la Amazona de la Sierra Morena cordobesa) y una servidora, la Pimentonera de Águilas.

Como el camino hacia la playa de Cantarriján no estaba muy claro (y yo no había conseguido cargar los tracks que me pasaron en mi “hippyese”), preguntamos a un paisano que había conversando con el conductor del vehículo que la Consejería de Medio Ambiente utiliza para llevar a los bañistas hasta la playa del Cañuelo. El buen señor nos dijo que debíamos coger el camino hacia esta playa, y antes de una curva pronunciada, coger una senda a la izquierda que nos llevaba al Cortijo del Sobrao, uno de los muchos cortijos en ruinas de la zona, y desde allí, siguiendo una vereda desdibujada por estar en desuso, podíamos encontrar un camino que nos llevaría hacia la playa de Cantarriján.

Cuando íbamos a tomar este desvío que nos dijo el señor, una pareja de sevillanos con un niño muy pequeño y valiente, se unió a nosotros. Dimos alguna que otra vuelta alrededor del Cortijo del Sobrao, hasta que encontramos una vereda que nos llevaba en dirección a la costa. El sitio era de lo más solitario, a pesar de estar relativamente cerca del parking. Incluso vimos unas cuantas cabras montesas que se acercaban a beber a una balsa cercana. Tras la parada y la foto de grupo, con el incomparable marco de la costa de Maro detrás, proseguimos la marcha.

El verano había sido implacable con la vegetación, que se mostraba agreste y seca. De forma casi irremediable, tuvimos que sortear plantas con pinchos y un terreno algo pedregoso, hasta que encontramos un atisbo de vereda que por la falda del cerro de Cantarriján nos llevaba en dirección a esta playa. Rocío, Paco y la familia de Sevilla prefirieron seguir en dirección a la costa, para coger una senda mucho más marcada y cómoda, que sería la que utilizaríamos a la vuelta.

Aunque sin senda marcada, seguimos cómodamente en dirección a un collado a los pies del cerro de Cantarriján. Desde el collado, la cumbre la teníamos a tiro de piedra, y Juan A. Mena, Gabriel y sobre todo Paco “el tiburón de Maro”, propusieron subir hasta ella. Las féminas no terminamos de decidirnos, y bien que nos arrepentimos luego, porque estando tan cerca habría sido una oportunidad fantástica divisar tan magnífico paraje natural desde la considerable altitud del Cerro.

Una vez superado el collado, fuimos descendiendo por un pinar, ya con vistas a la aún lejana playa de Cantarriján, hasta que llegamos a una senda, que en un corto zigzag nos dejó en el sendero que cogeríamos a la vuelta, por donde venían Paco y Rocío tan contentos. Todos juntos proseguimos la marcha hacia la paradisíaca playa naturista de Cantarriján, ya en la provincia de Granada.

Era aproximadamente la una de la tarde, y nos propusimos hacer una breve y refrescante parada, tras la cual iríamos a la playa del Cañuelo para comer y echar un buen rato de playa.

Pero tuvimos la debilidad de meternos (algunos) en el chiringuito, pedir unas cervecitas, que estaban fresquísimas y riquísimas, acompañadas de unas buenas tapas (en Graná ponen tapa con la cerveza), y tras la primera cerveza cayó otra, y otra... ¡Qué le vamos a hacer!. Somos débiles y la tentación era muy fuerte. Mientras tanto, el resto se habia hecho un sitio en la zona menos naturista de la playa, y se estaban dando un baño de campeonato.

Al final decidimos quedarnos a comer en Cantarriján, y continuar después hacia el Cañuelo. La imagen de un grupo de senderistas, con botas, mochilas, bastones y demás avíos, en medio de tanta desnudez, era un poco surrealista, pero lo pasamos pipa, sobre todo cuando alguno de nosotros sacó una enorme zanahoria de la mochila y comenzó a comerla, suscitando entre el resto un debate filosófico sobre si el tamaño (de las zanahorias y demás hortalizas) importaba o no. En fin, no continúo porque deberíamos poner varios rombos a la crónica, pero las conversaciones en un lugar tan naturista derivaron en ... imaginaros el tema.

Una vez concluida la comida y el baño de algunos, nos volvimos a vestir (de senderistas, no penséis mal), y tomamos el carril en dirección al parking de la playa de Cantarriján, a unos pocas decenas de metros cogimos una vereda a la iquierda, por la que habíamos bajado antes, señalizada con blanco y rojo, que bordea la costa, y nos dejaría en el Cañuelo.

A mitad de camino tomamos un desvío para visitar la torre de la Caleta, una de las muchas torres vigía que existen en estos parajes y en casi toda la costa granadina. El mar estaba un poco embravecido y el oleaje daba una belleza especial a los acantilados. Tras la visita a la torre de la Caleta, proseguimos bordeando acantilados sobre calas inaccesibles hasta el extremo norte de la playa del Cañuelo, a la que bajamos por una senda muy empinada.

Nuestra intención era tomar un baño relajado en la playa, pero había mucho oleaje, así que la mayoría decidimos ir directamente al chiringuito a tomar un café. Allí pasamos un buen rato, tomando café, refrescos, algunos incluso se bañaron en tan dilatada pausa... y cuando el sol había bajado un poco, con toda la serenidad del mundo, una fuerte brisa de levante y la luz de media tarde, emprendimos la subida por el carril, en algunos tramos semiasfaltado, que nos dejaría en el lugar donde habíamos dejado los coches.

Una bonita excursión que puso broche de oro a las rutas acuáticas del verano.

Crónica y fotos: Magdalena Mayor

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