Bajo el dominio del pueblo fenicio,
que empieza en el siglo VII aC, aquel poblado se conocería con el mítico nombre
de Tricolia.
La ciudad pasaría después por el
periodo Ibero y Romano, pero aún no poseía una verdadera dimensión urbana. El
florecimiento de Loja vendría de manos del Islam, donde con el nombre de Medina Lawsa alcanza el relieve de
ciudad en la frontera del reino nazarí granadino, envuelta en diversos
contubernios militares y religiosos. Fue conquistada y destruida por Fernando
III el Santo en el año 1225. El rey moro Boabdil se rindió a Fernando el
Católico entregándola en 1482 después de numerosos asedios de las tropas
cristianas, quebrándose así el último gran escollo hacia la conquista de
Granada que dio como resultado el fin del dominio islámico en la Península
Ibérica. En aquél tiempo ya poseía Loja el perfil urbano que aun hoy
contemplamos en barrios como el de la Alcazaba, así como su máxima relevancia
político y militar.
Ya en siglos posteriores destacan
algunos personajes históricos como: Gonzalo Fernández de Córdoba conocido como El Gran Capitán, que fue Alcaide de
Loja, o Rafael Pérez del Álamo, que protagonizó un tormentoso levantamiento
revolucionario a mitad del siglo XIX al frente de un buen número de lojeños, o el
General Narvaez, apodado Espadón de Loja,
primer ministro de la nación, famoso por manejar con mano de hierro el gobierno
de Isabel II.
El municipio
de Loja con sus más de 450 km2, alberga un territorio diverso en
paisaje. Montañas como el Monte Hacho a cuyos pies se encuentra, el cerro
Corona o la sierra que lleva su nombre, al otro lado de la A-92 que se extiende
hasta los Llanos de Zafarraya (al sur de su extenso término municipal), así
como sus riberas, sotos, ríos y campos, constituyen un mosaico natural y
cultural que conforman la estructura de esta interesante localidad granadina.
Estos paisajes además albergan una rica diversidad viva, formada por
multitud de especies de plantas y animales que encuentran aquí, en Loja, un
lugar ideal para vivir y acompañarnos en el devenir cotidiano. No hay que
olvidar las formidables estructuras y formaciones geológicas con las que la
creación regaló a este trozo del Poniente Granadino: sierras kársticas,
meandros, barrancos, arroyos, vegas etc.…
Escudo heráldico en forma de elipse. Cortado, el
primero en un campo de azur un puente alomado de oro sumado de un castillo
dorado. En jefe y por timbre del castillo una cadena de la que pende una llave
dorada y el lema Loxa Flor entre espinas. A diestra y siniestra sendos
montículos escarpados de plata. En el segundo el río Genil de su color natural.
Timbrado con corona real cerrada y rodeado del collar de la Orden del Toisón de
oro.
Cómo llegar al Frontil en
Loja: Si venimos desde
Antequera (o Las Pedrizas) al acercarnos a Loja por la A-92, la tendencia
natural es tomar la Salida 187-188, que es la que se encuentra cerca de la
Estación de Servicio LOS ABADES. Sin embargo, debemos ignorar esta salida y
continuar 5 km mas dirección Granada, mientras vamos contemplando en todo
momento Loja a nuestra izquierda recostada a los pies del Monte Hacho, tomando
la Salida 193, por la que accedemos mucho más rápido a su casco urbano que
atravesaremos por la antigua nacional que pasaba por el centro del pueblo.
Cruzando el río Genil por uno de sus puentes principales y manteniéndonos en
todo momento por la carretera principal que ahora comienza a girar a la
derecha, es la A-4154, hasta que llegamos a la barriada conocida como El
FRONTIL, donde veremos una venta del mismo nombre a la izquierda de la
carretera por la que vamos. Dejando nuestros vehículos en el aparcamiento al
que accedemos descendiendo una rampa asfaltada que se encuentra justo en frente
de dicha venta (situada cerca del extremo nororiental del caso urbano de Loja)
Desnivel acumulado subida 750 m
Punto de partida:
Aparcamiento
situado entre el laguito del Frontil y la Venta del mismo nombre, donde también
se puede almorzar después de bajar del monte Hacho y si apetece completar la
jornada visitando el paraje de Los Infiernos Altos del río Genil.
Cortijo
de Quejigales (1.261 msnm)
Nivel dificultad: Medio
Tipo suelo: 20% pista
asfaltada o calles del pueblo de Loja, 30% pista terriza, 20% campo través o
senderos de ganado y 30% sendero bien definido.
Tipo de recorrido: circular en
sentido inverso a las agujas del reloj.
Mapa: Archivos
Secretos de Don manuel Manzanares “El Cartógrafo de su Majestad”.
Fecha de realización: sábado 12 de
diciembre de 2015. Temperatura casi primaveral y cielos despejados durante la
mayor parte del día.
Unos 30 participantes: entre los que se
encontraban numerosos senderistas de leyenda, el Médico y el cura del club,
seis miembros de su Junta Directiva, un buen ramillete de nuevos fichajes que
transmitieron muy buenas sensaciones, nuestros más prestigiosos fotógrafos.
Guiados por Don Manuel Manzanares “El Cartógrafo de su Majestad” y Carmen
Cabello”Galadriel”.
A tener en cuenta:
La
ruta que describimos a continuación se puede plantear bien únicamente como una
ruta de montaña ascendiendo al Hacho, tal cual. Bien en su tramo urbano y
paraje de Los Infiernos Altos como ruta cultural, etnográfica y paisajística o
bien ambas a la vez tal y como hicimos nosotros.
Breve descripción de la ruta:
Partimos
de lo que en tiempos de ocupación musulmana era alquería de El Frontil, hoy
barrio periférico del extremo nororiental de la localidad de Loja. Este barrio
se ubicaba en torno a tres unidades geográficas bien contrastadas: al norte la
sierra del Hacho de fuertes pendientes, que es nuestro objetivo, con suelo poco
desarrollado y pobre que permitía un casi nulo aprovechamiento; a sus pies se
desarrollaba una suave y continuada pendiente que permitía el desarrollo de un
suelo más profundo y por lo tanto su aprovechamiento para el cultivo; y por
último, gracias a las surgencias del macizo calizo del monte Hacho existe un
precioso nacimiento que dejamos a nuestra derecha al inicio del recorrido, a
partir del cual discurre el arroyo del Frontil, homónimo con la alquería, que permitió el
desarrollo de una llanura aluvial a partir de la cual se articuló el
poblamiento que hoy es barrio periférico de la ciudad, que también alberga una
famosa piscifactoría.
Una vez que dejamos atrás el idílico nacimiento del Frontil, los dos primeros kilómetros de la ruta se hacen monótonos, porque discurren por el polígono industrial del Frontil, por el que vamos dejando atrás el casco urbano de Loja y por una carreterilla local, paralela a la A-4145 que se adentra en un olivar. Pero es el peaje a pagar para afrontar la ascensión al Hacho por una de sus vertientes menos conocidas y por otra parte tiene la parte positiva de que son dos kilómetros de inicio de suave ascensión, ideales para ir calentando los músculos de cara a la ascensión que nos espera.
Abandonamos la carreterilla local por la que vamos ascendiendo con suave pendiente y tomamos un carril terrizo, hasta este punto la localidad de Loja siempre va quedando a nuestra espalda con la sierra de su mismo nombre al fondo, mientras vamos caminando entre olivares, con el Valle del Genil a nuestra derecha y el pie del monte Hacho a nuestra izquierda. Al poco de adentrarnos por esta mencionada pista terriza, será el momento para adentrarnos en el olivar que tenemos a nuestra izquierda y ya de forma muy directa iniciar la ascensión, antes de darnos cuenta habremos dejado atrás los olivos y afrontamos una escalonada y empinada ascensión prácticamente campo través, sin mas riferencias que las huellas dejada por las cabras, entre el abundante pastizal y agreste roquedo por el que vamos ascendiendo.
Cierto es que no se trata de ningún tramo de dificultad técnica, o algún paso de peligro, pero conviene recordar a quien tenga peensado hacerlo con un grupo, que es de un nivel de exigencia física medio-alto (que en nuestro caso se supeeró sin dificultad a pesar de ser un grupo numerosos). Hasta que por fín, vinimnos a salir a la altura de los restos de un corral, situado a la altura de un sendero que faldea la ladera y que reconocemos por la presencia de un ciprés junto al cual hicimos la primera parada de reagrupamiento.
Una vez en este sendero de cabras, mejor definido que el lugar por el que hemos ascendido, cambiamos rumbo N-O, por O (oeste), faldeando la ladera sin subir, ni bajar, hasta que en unos minutos llegamos a un bosquete de pinos, por donde vamos a descender unos 20 m (aprox.) para esquivar un roquedo que va quedando a nuestra derecha, detrás del cual se encuenta la cueva del Fronche, antiguo refugio para el ganado, desde el cual obtenemos unas preciosas vistas de Loja a nuestros pies, la sierra de su mismo nombre al fondo, y recreándonos con todo el desnivel superado.
Una vez finalizada la visita a la cueva, regresamos sobre nuestros pasos, al lugar donde habíamos abandonado el sendero que se encontraba antes de la zona de pinar, y desde allí retomamos la ascensión, con dirección predominantemente N-O, N, afrontando el tramo mas empinado de toda la ascensión, donde vuelve a repetirse el terreno muy rocoso de pastizal, mencionado anteriormente, pero en esta ocasión, superando escalones que con frecuencia rondan entre los 50 cm. y cerca
de un metro de altura, que en mas de una ocasión nos obligan a recurrir a las
manos, sobre todo en algunos casos con cierto vuelo y una caída (escalonada) de varios metros a nuestra espalda, hasta que llegamos a una cumbrecilla secundaria, donde hicimos una segunda parada de reagrupamiento.
Entre esta cumbre secundaria y la cumbre del Hacho (1.024 m) propiamente dicha, hay una especie de pequeño valle glaciar, colonizado en la actualidad por un pequeño bosquete de pinos, cuyo color verde contrasta con el gris de la caliza o el marrón claro del pastizal, que junto con algunas coscojas, nos acompañan hasta la cumbre, donde como suele ser habitual, nos hicimos la foto de grupo (aunque algunos ya habían iniciado la bajada), pues también se suele dedicar cierto tiempo a las fotos individuales en los vértices geodésicos y otros lugares emblemáticos de la ruta, una de las compañeras a la que mas le gusta esas sesiónes de fotos individuales es nuestra compañera Mirta Zucolli "La Vida en Colores" (como se aprecia en la foto de abajo).
Desde el vértice del Hacho, afrontamos el pequeño destrepe por el que accedemos al sendero que pasa cerca de una caseta blanca de telecomunicaciones, fácilmente reconocible desde la localidad de Loja, situada unos 200 m al oeste del vértice geodésico, desde donde el sendero describe una preciosa sucesión de zig-zags entre pinos y cipreses, desde nos vamos recreando con las vistas hacia el sur donde destaca la presencia del cerro de Las Monjas, como cumbre mas cercana de la Sierra de Loja, que tenemos a nuestros pies, con las piscinas de la piscifactoria del Frontil allí abajo o el río Genil que podemos intuir siguiendo la hilera de su bosque de galería, parte del cual recorreremos mas tarde.
En cómodo descenso venimos a salir a una plazoleta distante poco mas de un kilómetro de la cumbre, al oeste de la misma, donde llega la pista que viene desde la ladera norte y que es por donde se suele acceder a esta cumbre cuando se toma el mas conocido camino que parte de la barriada de San Francisco. Aquí estuvimos realizando otra parada de reagrupamiento, donde aprovgechamos para hacer esa foto de saltos que tanto le gusta a nuestro compañero manuel González Luna, prestigioso fotógrafo donde los haya, que nos ha cecido algunas fotos para la crónica, aunque la foto que aparece a continuación de de Ángel González "El Gladiador de Itálica".
Desde esta plazoleta tomamos una vereda en dirección predominantemente sur nos llevó por un bonito pinar, alternando algunos tramos de empinado y resbaladizo suelo, con otros tramos mas asequibles de suavizados por los zig-zags, aprovechando la ocasión para que parte del grupo subiera a un bonito roquedal, o pasando junto a una pared de gran belleza, ya en el tramo final de descenso, poco antes de llegar al olivar situado en el pie de monte donde estuvimos almorzando, relativamente cerca del punto de inicio.
Finalizado el almuerzo, tomamos la pista que discurre paralela al pie de monte, o mejor dicho, al pie de los tajos que forman lo que es la prolongación del Monte Hacho hacia el oeste, que en todo momento llevábamos a la derecha, con bonitas vistas de Loja a nuestra izquierda, hasta que abandonamos esta pista a laa altura de la Estación de San Francisco, pasando por calles con nombres tan peculiares como calle Renfe, o calle calera de San Francisco, desde nos dirigimos al corazon de esta localidad donde con gran sorpresa y admiración nos estuvimos recreando con sus entrañables adornos navideños, que con gran ingenio y espíritu ecológico estaba hecho a base de materiales reciclables, donde tenía pinta de haber participado todos los chavales del pueblo. Una magnífica iniciativa de la que deberían tomar buena nota todas las capitales de España y principales poblaciones de cada provincia.
Atravesamos el puente del Paseo de Narvaez, dejando atrás la barriada de San Francisco y tomamos la calle Rafael Pérez del Álamo a nuestra izquierda, llevando el río siempre a nuestra izquierda, hasta llegar a la rotonda de donde paarte la carretera A4154, que atravesamos, para acceder a una explanada terriza a partir de la cual fuimos caminando por sendero y pista terriza, paralela a la orilla del margen izquierdo del río Genil, llevando este en todo momento a nuestra izquierda, con el Hacho de LOja como telón de fondo, allí a lo lejos a nuestra izquierda, mientras íbamos caminando alternando bosque de galería del que aquel día disfrutamos con su mas bonita gama de colores otoñales, con paisaje de huertas, algunas hileras de casas, y farallones rocosos caprichosamente erosionados con tobas calcáreas y estalactitas a pie de camino, hasta llegar al paraje de Los Infiernos Altos de LOja, aal qque se accede por un escalonado sendero, asegurado por cadenas que bien merece la pena visitarse y no sólo por las bonitas panorámicas que desde allí obtenemos por las cascadas que forman los denominados Infiernos Altos del Genil, a nuestros pies, sino por la bonita cueva que se encuentra a la derecha del llano donde finaliza el tramo escalonado de este sendero.
El averno se abre tras la cara oculta del agua, donde el arroyo de Manzanil termina su corta vida de forma brusca e impetuosa y cae al abismo para encontrarse con el cauce del Genil. Lo hace en forma de cascada e inunda el paisaje con sonidos que parecen tronar desde lo más profundo de las entrañas de la tierra, a través de grietas y fisuras de caprichosas formas que ocultan el fuego de las tinieblas, a las que Washington Irving calificó como «cavernas tenebrosas que guardan almas en pena». Un torrente que alimenta leyendas y miedos, y que los habitantes de las tierras de Loja conocen como los Infiernos. Una singular estructura geológica que inició su formación con los movimientos tectónicos que afloraron las montañas, mesetas y valles del sureste peninsular sobre lo que hace más de 20 millones de años, en el Mioceno, era aún parte del mar que rodeaba el hemisferio norte. Tierras de aluvión, sedimentos arrastrados por avenidas y correntías, que más tarde, durante el Cuaternario, milenio tras milenio, horadaron las cerradas y cañones del Genil, en el extremo este del núcleo urbano de Loja.
El agua carbonatada, cargada de sales de los numerosas fuentes y arroyos que junto con el de Manzanil confluyen en el Genil, ha disgregado la tierra y ha hecho crecer estructuras calcáreas fosilizadas conocidas como travertinos, que para muchos son la materialización exterior del rostro del diablo, por lo que entre el estruendo de las cascadas y la imagen terrorífica de la materia orgánica fosilizada, hacen honor al nombre ya secular de un paraje que durante diversas etapas de la historia sufrió aterrazamientos, quemas intencionadas para espantar a espíritus malignos, cortes de agua, perforaciones y expolios en sus piedras, y que hoy, en el siglo XXI se alza con el título de Monumento Natural de Andalucía, una calificación que le mantiene al margen del avance urbano y le convierte en un espacio ideal para el conocimiento de la naturaleza, y la historia geológica del territorio más cercano.
La vegetación de ribera se hace patente en la totalidad del paraje de los Infiernos. La presencia continua de agua, tanto en el cauce del Genil, que llega desde Sierra Nevada tras atravesar la totalidad de la Vega de Granada, se intensifica con la desembocadura del arroyo del Frontil en el extremo noreste de este espacio y se convierte en exuberante con la cascada del Manzanil, la cola de caballo.
Las aguas generan un ecosistema que durante años se vio alterado por vertidos y actuaciones sobre las acequias por parte de las explotaciones agrícolas y ganaderas situadas a ambos lados del gran cañón del río, pero que aunque no ha recuperado su flora original si ha logrado naturalizarse con profusión de hiedras, higueras, zarzamoras, rosales silvestres, almeces, y mil y una especie de herbazal, musgos y helechos, e incluso con especies que abundan en la leyenda diabólica del paraje, la nueza negra, que también es conocen como ‘nabo del diablo’.
Desde las paredes de los Infiernos, cubiertas de una densa capa verde se oye el variado canto de un ruiseñor, el áspero sonido que asemeja el cortar de una sierra que emiten las currucas, el silbido de los vencejos, golondrinas, aviones y el insistente trinar, incansable, de los carriceros. El tronar del agua no logra apagar los sonidos de la biodiversidad que habita un variado conjunto de hábitats, ya que en los Infiernos, además de la ribera, hay acantilados, bosques, zonas de matorral, el cauce y sus derivaciones, donde aún pueden verse cangrejos autóctonos ibéricos, e incluso cavidades donde sobreviven colonias de murciélagos y otras especies cavernícolas.
Llegar a los Infiernos se ha convertido en un agradable paseo que puede hacerse por dos caminos que parten desde el casco urbano de Loja. El que está considerado como sendero del monumento natural parte del antiguo cuartel de los Bomberos, bajo la cuesta de los Molinillos. Allí se inicia un carril agrícola que discurre entre algunas formaciones de travertinos por la ribera izquierda (aguas abajo) del Genil para llegar hasta un área recreativa. Junto a ella, a la izquierda, se encuentra un polémico puente colgante que iba a ser la conexión entre las dos paredes de los cañones del Genil y se ha quedado en una estructura de cables de acero que acerca a la orilla derecha del río y que se corta unos centenares de metros más allá. Hay que volver al sendero inicial para continuar por la ribera sur, que discurre junto al accidentado cauce del río con espacios donde genera pozas y recorridos de aguas rápidas, y sube entre rocas y piedras que hay que salvar con escalas metálicas sustentadas en la pared y ayudados por cuerdas instaladas para facilitar el ascenso hasta una zona de olivar, donde están los Infiernos Altos. Desde ese punto la gran cascada se aprecia de forma lateral y se oye el rugir del agua.
Enfrente, al otro lado del cañón, está el verdadero mirador de los Infiernos. Es el mejor punto para contemplar la cascada, pero en su mayor parte es un recorrido urbano que llega a la barriada de la Esperanza y tras la antigua fábrica de aceite, y después de bordear un campo de cultivo, se accede al mirador de madera construido frente a la cascada del arroyo de Manzanil.
Toda la magnitud de los Infiernos de Loja se abre ante la vista desde ese privilegiado mirador que pocos conocen a pesar de ser el primero que se construyó tras la declaración de Monumento Natural de este espacio. Una visión desde la que es fácil entender la fascinación de los poetas árabes, de los juglares del medievo y los viajeros románticos, que cantaron al mundo las leyendas de monarcas nazaríes que ocultaban sus grandes tesoros en las grutas situadas en cara oculta del agua, tras esa blanca columna líquida que quien la contempla imagina como la cola del corcel de los reyes.
Finalizada la visita a este bellísimo paisaje, que alcanza su momento de esplendor tras época de abundantes lluvias. Regresamos hasta el puente colgante, desde donde retomamos dirección N, para regresar en poco mas de 20 minutos al Nacimiento del Frontil, donde habíamos iniciado la ruta, tomándonos la copa de despedida en la venta del mismo nombre.
Entre esta cumbre secundaria y la cumbre del Hacho (1.024 m) propiamente dicha, hay una especie de pequeño valle glaciar, colonizado en la actualidad por un pequeño bosquete de pinos, cuyo color verde contrasta con el gris de la caliza o el marrón claro del pastizal, que junto con algunas coscojas, nos acompañan hasta la cumbre, donde como suele ser habitual, nos hicimos la foto de grupo (aunque algunos ya habían iniciado la bajada), pues también se suele dedicar cierto tiempo a las fotos individuales en los vértices geodésicos y otros lugares emblemáticos de la ruta, una de las compañeras a la que mas le gusta esas sesiónes de fotos individuales es nuestra compañera Mirta Zucolli "La Vida en Colores" (como se aprecia en la foto de abajo).
Desde el vértice del Hacho, afrontamos el pequeño destrepe por el que accedemos al sendero que pasa cerca de una caseta blanca de telecomunicaciones, fácilmente reconocible desde la localidad de Loja, situada unos 200 m al oeste del vértice geodésico, desde donde el sendero describe una preciosa sucesión de zig-zags entre pinos y cipreses, desde nos vamos recreando con las vistas hacia el sur donde destaca la presencia del cerro de Las Monjas, como cumbre mas cercana de la Sierra de Loja, que tenemos a nuestros pies, con las piscinas de la piscifactoria del Frontil allí abajo o el río Genil que podemos intuir siguiendo la hilera de su bosque de galería, parte del cual recorreremos mas tarde.
En cómodo descenso venimos a salir a una plazoleta distante poco mas de un kilómetro de la cumbre, al oeste de la misma, donde llega la pista que viene desde la ladera norte y que es por donde se suele acceder a esta cumbre cuando se toma el mas conocido camino que parte de la barriada de San Francisco. Aquí estuvimos realizando otra parada de reagrupamiento, donde aprovgechamos para hacer esa foto de saltos que tanto le gusta a nuestro compañero manuel González Luna, prestigioso fotógrafo donde los haya, que nos ha cecido algunas fotos para la crónica, aunque la foto que aparece a continuación de de Ángel González "El Gladiador de Itálica".
Desde esta plazoleta tomamos una vereda en dirección predominantemente sur nos llevó por un bonito pinar, alternando algunos tramos de empinado y resbaladizo suelo, con otros tramos mas asequibles de suavizados por los zig-zags, aprovechando la ocasión para que parte del grupo subiera a un bonito roquedal, o pasando junto a una pared de gran belleza, ya en el tramo final de descenso, poco antes de llegar al olivar situado en el pie de monte donde estuvimos almorzando, relativamente cerca del punto de inicio.
Finalizado el almuerzo, tomamos la pista que discurre paralela al pie de monte, o mejor dicho, al pie de los tajos que forman lo que es la prolongación del Monte Hacho hacia el oeste, que en todo momento llevábamos a la derecha, con bonitas vistas de Loja a nuestra izquierda, hasta que abandonamos esta pista a laa altura de la Estación de San Francisco, pasando por calles con nombres tan peculiares como calle Renfe, o calle calera de San Francisco, desde nos dirigimos al corazon de esta localidad donde con gran sorpresa y admiración nos estuvimos recreando con sus entrañables adornos navideños, que con gran ingenio y espíritu ecológico estaba hecho a base de materiales reciclables, donde tenía pinta de haber participado todos los chavales del pueblo. Una magnífica iniciativa de la que deberían tomar buena nota todas las capitales de España y principales poblaciones de cada provincia.
Atravesamos el puente del Paseo de Narvaez, dejando atrás la barriada de San Francisco y tomamos la calle Rafael Pérez del Álamo a nuestra izquierda, llevando el río siempre a nuestra izquierda, hasta llegar a la rotonda de donde paarte la carretera A4154, que atravesamos, para acceder a una explanada terriza a partir de la cual fuimos caminando por sendero y pista terriza, paralela a la orilla del margen izquierdo del río Genil, llevando este en todo momento a nuestra izquierda, con el Hacho de LOja como telón de fondo, allí a lo lejos a nuestra izquierda, mientras íbamos caminando alternando bosque de galería del que aquel día disfrutamos con su mas bonita gama de colores otoñales, con paisaje de huertas, algunas hileras de casas, y farallones rocosos caprichosamente erosionados con tobas calcáreas y estalactitas a pie de camino, hasta llegar al paraje de Los Infiernos Altos de LOja, aal qque se accede por un escalonado sendero, asegurado por cadenas que bien merece la pena visitarse y no sólo por las bonitas panorámicas que desde allí obtenemos por las cascadas que forman los denominados Infiernos Altos del Genil, a nuestros pies, sino por la bonita cueva que se encuentra a la derecha del llano donde finaliza el tramo escalonado de este sendero.
El averno se abre tras la cara oculta del agua, donde el arroyo de Manzanil termina su corta vida de forma brusca e impetuosa y cae al abismo para encontrarse con el cauce del Genil. Lo hace en forma de cascada e inunda el paisaje con sonidos que parecen tronar desde lo más profundo de las entrañas de la tierra, a través de grietas y fisuras de caprichosas formas que ocultan el fuego de las tinieblas, a las que Washington Irving calificó como «cavernas tenebrosas que guardan almas en pena». Un torrente que alimenta leyendas y miedos, y que los habitantes de las tierras de Loja conocen como los Infiernos. Una singular estructura geológica que inició su formación con los movimientos tectónicos que afloraron las montañas, mesetas y valles del sureste peninsular sobre lo que hace más de 20 millones de años, en el Mioceno, era aún parte del mar que rodeaba el hemisferio norte. Tierras de aluvión, sedimentos arrastrados por avenidas y correntías, que más tarde, durante el Cuaternario, milenio tras milenio, horadaron las cerradas y cañones del Genil, en el extremo este del núcleo urbano de Loja.
El agua carbonatada, cargada de sales de los numerosas fuentes y arroyos que junto con el de Manzanil confluyen en el Genil, ha disgregado la tierra y ha hecho crecer estructuras calcáreas fosilizadas conocidas como travertinos, que para muchos son la materialización exterior del rostro del diablo, por lo que entre el estruendo de las cascadas y la imagen terrorífica de la materia orgánica fosilizada, hacen honor al nombre ya secular de un paraje que durante diversas etapas de la historia sufrió aterrazamientos, quemas intencionadas para espantar a espíritus malignos, cortes de agua, perforaciones y expolios en sus piedras, y que hoy, en el siglo XXI se alza con el título de Monumento Natural de Andalucía, una calificación que le mantiene al margen del avance urbano y le convierte en un espacio ideal para el conocimiento de la naturaleza, y la historia geológica del territorio más cercano.
La vegetación de ribera se hace patente en la totalidad del paraje de los Infiernos. La presencia continua de agua, tanto en el cauce del Genil, que llega desde Sierra Nevada tras atravesar la totalidad de la Vega de Granada, se intensifica con la desembocadura del arroyo del Frontil en el extremo noreste de este espacio y se convierte en exuberante con la cascada del Manzanil, la cola de caballo.
Las aguas generan un ecosistema que durante años se vio alterado por vertidos y actuaciones sobre las acequias por parte de las explotaciones agrícolas y ganaderas situadas a ambos lados del gran cañón del río, pero que aunque no ha recuperado su flora original si ha logrado naturalizarse con profusión de hiedras, higueras, zarzamoras, rosales silvestres, almeces, y mil y una especie de herbazal, musgos y helechos, e incluso con especies que abundan en la leyenda diabólica del paraje, la nueza negra, que también es conocen como ‘nabo del diablo’.
Desde las paredes de los Infiernos, cubiertas de una densa capa verde se oye el variado canto de un ruiseñor, el áspero sonido que asemeja el cortar de una sierra que emiten las currucas, el silbido de los vencejos, golondrinas, aviones y el insistente trinar, incansable, de los carriceros. El tronar del agua no logra apagar los sonidos de la biodiversidad que habita un variado conjunto de hábitats, ya que en los Infiernos, además de la ribera, hay acantilados, bosques, zonas de matorral, el cauce y sus derivaciones, donde aún pueden verse cangrejos autóctonos ibéricos, e incluso cavidades donde sobreviven colonias de murciélagos y otras especies cavernícolas.
Llegar a los Infiernos se ha convertido en un agradable paseo que puede hacerse por dos caminos que parten desde el casco urbano de Loja. El que está considerado como sendero del monumento natural parte del antiguo cuartel de los Bomberos, bajo la cuesta de los Molinillos. Allí se inicia un carril agrícola que discurre entre algunas formaciones de travertinos por la ribera izquierda (aguas abajo) del Genil para llegar hasta un área recreativa. Junto a ella, a la izquierda, se encuentra un polémico puente colgante que iba a ser la conexión entre las dos paredes de los cañones del Genil y se ha quedado en una estructura de cables de acero que acerca a la orilla derecha del río y que se corta unos centenares de metros más allá. Hay que volver al sendero inicial para continuar por la ribera sur, que discurre junto al accidentado cauce del río con espacios donde genera pozas y recorridos de aguas rápidas, y sube entre rocas y piedras que hay que salvar con escalas metálicas sustentadas en la pared y ayudados por cuerdas instaladas para facilitar el ascenso hasta una zona de olivar, donde están los Infiernos Altos. Desde ese punto la gran cascada se aprecia de forma lateral y se oye el rugir del agua.
Enfrente, al otro lado del cañón, está el verdadero mirador de los Infiernos. Es el mejor punto para contemplar la cascada, pero en su mayor parte es un recorrido urbano que llega a la barriada de la Esperanza y tras la antigua fábrica de aceite, y después de bordear un campo de cultivo, se accede al mirador de madera construido frente a la cascada del arroyo de Manzanil.
Toda la magnitud de los Infiernos de Loja se abre ante la vista desde ese privilegiado mirador que pocos conocen a pesar de ser el primero que se construyó tras la declaración de Monumento Natural de este espacio. Una visión desde la que es fácil entender la fascinación de los poetas árabes, de los juglares del medievo y los viajeros románticos, que cantaron al mundo las leyendas de monarcas nazaríes que ocultaban sus grandes tesoros en las grutas situadas en cara oculta del agua, tras esa blanca columna líquida que quien la contempla imagina como la cola del corcel de los reyes.
Finalizada la visita a este bellísimo paisaje, que alcanza su momento de esplendor tras época de abundantes lluvias. Regresamos hasta el puente colgante, desde donde retomamos dirección N, para regresar en poco mas de 20 minutos al Nacimiento del Frontil, donde habíamos iniciado la ruta, tomándonos la copa de despedida en la venta del mismo nombre.
Soy julio yo si que me conosco todos los parajes que habia ase 47 años atras cuando yo era niño entonces si que avia parages bonitos en loja no haora que todas las gents andan sin saber donde pisan y que hay que tener mucho cuidado por donde se pisaba me conocia todos los rincones que tenia los campos y montañas de loja hay algunas cuevas que tube que tapar con piedras la entrada por que eran pilogrosas y profundas ase 20 años fui aver si estaba abiertas y apenas se nota que hay una entrada menos mal que estaba serrada son peligrosas yo me entroduje dentro y incluso abia huesos no se si eran de animales pero tambien avia algunos ajetos rroyos de arcilla como cantaros o tinajas no lo se sierto pero creo que algien ase mucho tiempo estubo viviendo hay dentro y por cierto habia pisadas de personas pero no de zapatos cino de pies delcalsos ya que estaba todo vien puesto algunas cosas coji y me sali era profunda y grande nose si todavia estara hay sino esta hundida por que dentro tenia como un pequeño riachuelo
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