De Cazalla al Martinete por la vía verde de la Sierra Norte de Sevilla.
Los hermosos membrillos asomaban por encima del muro encalado y las bellotas brotaban como manjar de dioses, o mejor dicho de chanchitos… Comenzaba el mes de Octubre cuando la Brigada SFC, escisión del famoso Comando Preston, que opera por la sierra Norte de Sevilla y Huelva, se disponía a realizar una de sus incursiones en bicicleta por la vía verde de Cazalla.
Esta es la magnífica experiencia vivida por la Brigada:
Partíamos de Santa Justa, en los andenes de agolpaban excursionistas, boyscouts, ciclistas varios y viajeros usuales. El convoy se acercó al andén 9, había tanto público que llegaron dos trenes de cercanías pegados cual bichitos de luz. Corrimos a subirnos justo en un pequeño compartimento de unos diez asientos donde pudimos depositar las bicicletas cómodamente en un cuartito anejo. Los tres íbamos cómodamente sentados; el Indomable, Jaime, el Profeta de Nervión, Juan Enrique y Wendy también llamada familiarmente Mini, todos ellos parientes cercanos del Comandante Preston.
La aventura prometía pues íbamos muy ilusionados, ya que habíamos intentado varias veces, sin éxito, recorrer esta bonita senda. Riendo y charlando el tren nos adentraba en la campiña, vega, y sierra del norte de Sevilla. Nos apeamos en Cazalla de la Sierra. Al bajar del tren el olor a humedad, a eucalipto, la fragancia de la sierra nos da una dulce bofetada y nos despierta. Iniciamos la senda, primero por una carretera poco transitada durante unos metros para luego atravesar el bonito puente de madera de Isla Margarita e iniciar el recorrido de la vía verde desde allí.
Los excursionistas, niños scouts y demás viajeros se desperdigan por el paisaje y cada uno toma su camino. Pronto nos encontramos por nuestro camino de verdísimos prados soleados donde sestean las ovejas. El camino, a pesar de que el tren iba atiborrado se abre tranquilo, en alguna ocasión encontramos algún ciclista o una familia que anda por los caminos. Comienza nuestra tranquila y relajada odisea para acercarnos a acariciar la naturaleza. Una foto por aquí, una foto por allá, el cielo límpido sobre nuestras cabezas y el sol cálido tostando nuestras caritas, y el olor.., siempre ese olor a verdor fresco, a tomillo y jara, una terapia aromática digna del mejor Spa. Una paradita para avituallamiento, para una charla sosegada, o para admirar el paisaje. Llegamos así hasta San Nicolás del Puerto donde cae la primera cervecita y donde decidimos que en vez de seguir para el Cerro del Hierro, vamos a ir al Martinete, visitar los saltos de aguas y comer allí un buen plato de huevos fritos, patatas y chorizo.
Reanudamos la marcha y una vez en el Martinete, dejamos las bicis amarradas en la puerta de la cantina donde reservamos mesa para las 2:30 y nos adentramos montaña a través para admirar una de las zonas más bellas de esta bonita vía verde. Los saltos de aguas son impresionantes, impropios de una capital tan seca como Sevilla. Por eso será que te dejan tan sorprendido. El paraje es de una belleza singular. Enormes pozas de agua cristalina acogen a las aguas que se lanzan al vacío desde una considerable altura. Nos quedamos todos haciéndonos la pregunta del millón… ¿De donde brota tal cantidad de agua?, ¿Por qué no se agota este enorme caudal?. Cuando miras hacia arriba, para indagar sobre su procedencia, vemos dos enormes árboles, desde donde nos comenta Jaime que se lanzan los chavales jóvenes hacia la poza, pero no obtenemos la explicación que vamos buscando.
Según el Indomable, que tiene mucha imaginación, dice que la montaña está hueca y conserva el agua de la lluvia, que con el frío del invierno permanece congelada y luego brota en primavera. Es una historia magnífica y yo también me la creo, ¿Por qué no?
Nuestros relojes y nuestros estómagos marcan la hora de volver al bar donde nos deleitamos con un clásico (huevos fritos con chorizo) y con un buen vino de la casa que estaba suave y entraba que daba gusto. Una divertida charla…, con Juan Enrique todo es diversión y cachondeo. Hay que reírse de todo con él. Otra terapia de este insólito Spa; la risoterapia.
Como guinda del almuerzo, el famoso licor de “guinda” de Cazalla de la Sierra, con bastante hielo. ¡Qué delicia! y pensar que tenemos en casa una botella desde hace años de este licor y nunca nos da por tomarlo…
Como estará intuyendo el lector, este homenaje gastronómico nos dejó huella en nuestras maltrechas piernas, que se convirtieron en dos “guitas” mojadas, tal era su grado de laxitud. Y además nos dejó un eterno recordatorio, porque el chorizo se nos estuvo repitiendo hasta el fin del día.
Aún así volvimos a escalar el Martinete para hacer ahora un recorrido a través de su cauce y admirar otros pequeños saltos que había más adelante. Además como el Indomable había estado anteriormente por allí, nos llevó al otro cauce del río, porque se abre en dos ramajes a cual más bonitos. Anduvimos río abajo hasta que la maleza ya nos impedía continuar y como no teníamos calzado de repuesto decidimos volver.
Comenzamos el regreso, eso sí, ahora íbamos muy contentos, porque la vuelta era toda cuesta abajo y no tuvimos que poner los pies en los pedales para nada. Incluso Wendy estuvo a punto de darse una “leche”, por ir admirando tanto el paisaje y los buitres leonados que sobre nuestras cabezas planeaban. El regreso fue supersónico, fresco y relajante, como las piscinas del Spa de agua fría a las que te tienes que sumergir una vez has pasado por las que están calentitas. El camino era nuestro solamente, ya no coincidimos con nadie, solo nos acompañaba el aire, el sol templado de la tarde y los buitres leonados, que supongo que estaban esperando una presa. El indomable como es un poquillo supersticioso dijo: “sus muertos”, a ver si estos están aquí por nosotros… y salimos pitando.
Llegamos a la cantina de la estación con tiempo de tomarnos un rico Legendario-Cola y esa fue la culminación de la jornada más cachonda que podíamos haber imaginado, pues el dueño del local tenía una “papa” del quince y Juan Enrique le hizo un lio pidiendo las bebidas que si no es porque el tren tardó un ratillo seguramente lo hubiéramos perdido. Nos reímos de lo lindo todos los que estábamos en la barra, porque era un personaje peculiar y tenía una risa tonta contagiosa. En fin, que la espera se hizo muy amena.
Por fin, ya en el tren, en nuestro pequeño compartimento al que nos afanamos en volver, descansamos e hicimos balance de una jornada memorable, el cuenta kilómetros de mi bici marcaba unos 36 kilómetros y nuestras caritas eran de satisfacción plena.
La Brigada SFC cumplió su misión y sin víctimas….
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