Capítulo 1: Viznar-Tumba de Federico García
Lorca- Cruz de Viznar-vértice cerro de La Cruz (1.590 m)-cueva del Agua- cueva
del gato-trincheras cerro del Maullo-bosque de cedros del Puerto del Lobo-área
Recreativa Puerto del Lobo-Viznar.
Entorno: Parque
natural Sierra de Huétor (GRANADA)
Pueblo de referencia: VIZNAR (1.100 m)
Pueblo de referencia: VIZNAR (1.100 m)
Punto de partida: Explanada en el lado izquierdo de la carretera justo
antes de entrar en Viznar.
Cómo llegar a Viznar: Antes de nada, tal y como venimos
por la A-92 desde Málaga-Antequera, hay que estar atento en el desdoble de
Santa Fé y no desviarnos hacia Granada capital (o Sierra Nevada), nosotros nos
mantenemos en todo momento por la A-92, dirección Murcia-Almería, y cuando
estemos dejando Granada capital a nuestra derecha, estaremos atento a la salida
Nº250, que nos señala a Viznar, que queda justo al lado izquierdo de la
autovía.
En a penas 3
minutos desde la salida Nº250, llegamos a la entrada de Viznar, donde nos
encontramos con un pequeño cruce (a la altura de las primeras casas): de frente
entraríamos en el casco urbano de Víznar, pero nosotros giramos a la izquierda,
pasando por delante de un parque infantil y de un albergue juvenil, a unos 100
m del cruce en el margen izquierdo de la carretera nos encontramos con una
explanada donde podemos dejar los vehículos e iniciar la caminata.
Recorrido: Circular
Longitud aproximada: 18 km
Desnivel aproximado tanto de ascenso como de descenso: 800 m
Dificultad: Media
Tipo de camino: Veredas, sendas , carril y campo través.
A tener en cuenta:
Recorrido: Circular
Longitud aproximada: 18 km
Desnivel aproximado tanto de ascenso como de descenso: 800 m
Dificultad: Media
Tipo de camino: Veredas, sendas , carril y campo través.
A tener en cuenta:
1º)
NO hay agua en
todo el recorrido, así que conviene llevar mínimo 3 litros por persona.
2º) Este ruta coincide en gran parte con la mitad sur de la “Itinerario de Las Trincheras”, unos de los mas emblemáticos del esta zona de la Sierra de Huétor. No obstante, nuestra ruta, enlaza con varios recorridos del parque de gran belleza e importancia histórica, algunos de esto enlaces, se realizan mediante desvíos por senderos secundarios, que requieren de un gran conocimiento de esta sierra.
2º) Este ruta coincide en gran parte con la mitad sur de la “Itinerario de Las Trincheras”, unos de los mas emblemáticos del esta zona de la Sierra de Huétor. No obstante, nuestra ruta, enlaza con varios recorridos del parque de gran belleza e importancia histórica, algunos de esto enlaces, se realizan mediante desvíos por senderos secundarios, que requieren de un gran conocimiento de esta sierra.
Fecha
de realización y meteorología:
Sábado 18 de octubre de 2014. Jornada de cielos despejados y temperaturas que
llegaron a alcanzar los 25ºC al mediodía.
41 Parcitipantes: 26 socios entre los que se
encontraban: Fidel “el Senderista Romántico”, Natalia “la Afortunada”,
el Doctor Leal, Paco Jaime “El marqués de Cáceres”, Rosa “La Primera Dama”,
Paco Castillo “El Generoso”, Eduardo “El Último Samurai”, Antonio “La
Locomotora de Alhaurín”, José Manuel “El Hombre de los 101 km en 7 horas”,
Marlen “La Perla de Venezuela”, Antonio Cano “Cocodrilo Dundee”, Manuel
Esteban, Marilse, Rafael, Paqui, Maria Jesús “La Duquesa de Vaqueira Beret” que
nos dejó atónitos con su preciosa poesía, Romualdo “El Trovador de la Senda”
nombrado PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD por Marlen al día siguiente en facebook por
su gran sensibilidad e insuperable recitar de poesías dedicadas a Federico
García Lorca que nos puso los vellos de punta, Pepe “El Maestro Geobotánico”,
la Rosa de Casarabonela, José Manuel Vázquez, Mariana Cruzado “Marita”,
nuestros guías de lujo: Manuel Manzanares “El Cartógrafo de su Majestad” y
Carmen, una vez mas cortando oreja y rabo con su magnífica ruta de
coleccionistas, sólo apta para perfectos conocedores de esta Sierra, Mari
Carmen López 8que se hizo socia en tan histórica jornada), “GPS-Chuckie” con
los primeros síntomas de vejez y un humilde servidor: Juan Ignacio Amador.
+16 No socios, pero la mayoría de ellos con
intención de fichar próximamente por el COMANDO PRESTON como: Ana Serrano “La
Venus de Bottichelli”, Maria Jesús Prieto, Esther Gómez, José Raul, Raquel,
Román Esteban, Paloma, Jesús, Fernano Maestre, Andrés Sedeño, Isabel Delgado. Y llegando desde Sevilla: el
Indomable Jaime, su hermana Maria del Mar “Wendy”, el cuñao: Juan Enrique
Bolaños “El Profeta de Nervión”,
Bibliografía: Por Juan Enrique Gómez y Merche S. Calle /
IDEAL y Waste Magazine
1ª parte, SENDERO DEL BARRANCO DE
VÍZNAR:
Tal
y como estaba previsto, una vez finalizada la charla de inicio de ruta, en la
mencionada explanada descrita en el
apartado “como llegar al inicio de ruta”, nos pusimos a caminar en dirección en
dirección NE, por la solitaria carretera GR-3101, que conecta las localidades
de Víznar (1.100 m) y Alfacar (1.080 m), en cuya dirección caminábamos ahora, abandonando
momentáneamente esta carretera, para tomar un camino paralelo que discurre unos
cuantos metros por debajo a su izquierda, se trata del camino de la acequia de
Aynandamar, magnífica acequia de aguas cristalinas que no dudó en probar de inmediato
el impetuoso Chuckie, mientras pasábamos por las ruinas de un antiguo molino,
que en el camino de regreso nos informó un paisano de Víznar fue el molino
donde Federico García Lorca pasó sus última noche, esperando el angustioso
amanecer de la mañana en la que lo fusilaron.
Unos
200 m mas allá el camino de la acequia nos obliga a retomar la carretera, pero
por suerte es poco transitada y de hecho nos encontramos con mas vecinos y
ciclistas por allí que con algún vehículo esporádico, mientras contemplábamos
algunos edificios de Alfacar a nuestra izquierda (OESTE) por encima del
barranco de Juan Torres, que separa a las dos localidades anteriormente
mencionadas. Con las doradas hojas otoñales de los “plátanos que flanqueaban el
camino” cual metáfora del paso del tiempo y los farallones rocosos de la
vertiente sur del cerro de La Cruz, al que mas tarde subiríamos, después de
dejar atrás una pronunciada curva, en el margen derecho de la carretera que ya
abanábamos definitivamente, nos situábamos ante el cartelón de inicio de la
ruta Barranco de Víznar.
Sin que muchos compañeros de la ruta aún fueran
conscientes, comenzábamos a ascender por la vereda, por donde eran conducidos
encañonados y a culatazo limpio si era preciso, numerosos grupos de inocentes,
escoltados por fanáticos pelotones de fusilamiento. Antes de darnos cuenta,
llegábamos a un rincón del bosque, en plena falda de la sierra, dónde aún con
los ojos cerrados puedes percibir la fuerza y el magnetismo de las almas que
aún se encuentran atrapadas en ese lugar.
Aún así para que a nadie se le pase
desapercibido los hechos ocurridos en aquel lugar flanqueado de pinos,
podemos observar numerosas placas conmemorativas con largas listas de inocentes fusilados, donde
se reivindica la memoria a los caídos y que nunca jamás se vuelva a repetir
aquella atrocidad de cuya cicatriz aún no nos hemos recuperado.
Pero
afortunadamente entre tanto fanatismo de aquella España negra no tan lejana en
términos históricos, la terrible represión de la Postguerra, los 40 años
posteriores de Dictadura Franuista, mas otros 40 años de aparente Democracia,
donde a cada año que pasa se descubren mayores y mas indignantes escándalos de
corrupción y mangoneo por parte de unos y otros Aún queda gente con grandes
valores humanos y con la suficiente inteligencia y sensibilidad para ponernos
los vellos de punta, como nuestro querido y cada día mas admirado y aclamado
amigo Romualdo, que aquel día mas que núnca hizo honor a su sobrenombre de “El
Trovador de la Senda”. Y llegado a este punto de la crónica, hago un
paréntesis, para poneros en situación, añadiendo en este texto el e-mail que él
mismo me enviaba al día siguiente, pues entre muchas de sus cualidades se
encuentra la de ser un hombre de palabra y aquí está, dicho y hecho:
Querido
comandante:
La
experiencia mágica de ayer me mantiene colgado de una nube: aquellos lamentos
detenidos en el aire, aquel coro de silencios, aquel abismo que no cabía en el paisaje, el misterio que
escondían mis lágrimas… No hay palabras para expresar tanta emoción. Todas las que me vienen me
parecen sacrilegios.
Más o menos, esto es lo que pasó:
(Barranco
de Viznar)
Aunque
mi filosofía consiste en ofrecer y no en obligar a recibir, hoy quiero
pediros cinco minutos de complicidad. Y
es que necesito llorar a Federico aquí donde yacen sus restos, para
cicatrizar la herida que abrió en mi alma su martirio. Quiero acabar con el
luto. Alejar la tristeza. Olvidarme de fantasmas. Y despilfarrar la alegría que siento de haber conocido a
la persona, al poeta y a su obra. Quiero disfrutar de ello y compartirlo con
vosotros.
Como
introducción poética, unos versos de Antonio Machado, rematados por otros dos de Pedro
Salinas:
por una
calle larga,
salir
al campo frío
aun con
estrellas,
de
madrugada.
Mataron
a Federico
cuando
la luz asomaba.
El
pelotón de fusiles
no osó
mirarle la
cara.
Mataron
al ruiseñor
tan
solo porque cantaba.
No hay
palabras para expresar mi reconocimiento a aquellos que han hecho posible este
acto. Valgan dos gestos como símbolo de gratitud. Dos poemas.
El primero lo ha escrito María Jesús, y dice así:
A
FEDERICO
¡Camelia de amarga miel!
Sediento
de amor puro,
viertes
tu dolor, erguido.
Desdeñado y profundo.
La
noche te arrastraba
hacia
una luna de acero
que engullía con sus fauces
la
fragilidad de tu cuerpo.
Granada te aguardaba
para
observar de lejos,
por
siempre tu voz quebrada
al
antojo de un mal viento.
Descargaron
los fusiles,
furtivos
y a despecho.
¿Es que acaso no sabían
que tus
versos son eternos?
El
amanecer te trajo
una
aurora de espinas:
Flor de
azufre entre guadañas
en el
barranco de Viznar.
El
cielo llora la infamia.
¡Que el llanto apague la ira
y que
cuelguen en su fosa
candiles
de plata fina!
María Jesús
El otro
pertenece a la obra de Federico. Es la segunda parte de su “Llanto por la muerte de Ignacio
Sánchez Mejías”. Se titula “La sangre derramada”, y es una muestra del dolor que
le produce la muerte repentina del amigo, y del pánico que siente al ver correr su
sangre. Dolor y pánico que yo también siento al imaginar la sangre
que se derramó aquí mismo hace ya casi ochenta años. Por eso lo he elegido.
LA SANGRE DERRAMADA
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par
en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que
ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire
de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las
estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus
venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la
beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
El respeto, el silencio y la complicidad
de todos, devino en catarsis colectiva. La emoción nos igualó y se produjo el milagro que pretende la poesía: la belleza.
A partir de aquí, el
recorrido por la sierra se convirtió en un paseo mágico que
volveré a recrear cada vez que lea
tu esperada crónica.
Después
de leer tan magníficas poesías y la puesta en escena del antes, durante y el
después, con palabras tan magistralmente expresadas por parte de Romualdo “El
Trovador de la Senda” cuyas dicción y recitar aún tengo muy frescos en mi
memoria. Siento que mis palabras suenan mas torpes que nunca, reduciendo mi
crónica a una modesta redacción que apenas alcanzará a reflejar la gratificante
y casi metafísica experiencia que compartimos todos los allí presentes de la
mano experta de Carmen y Don Manuel Manzanares que con tanto mimo, acierto y
cariño diseñaron esta ruta, que difícilmente olvidaremos, quienes en ella
tuvimos el privilegio de participar por el cúmulo de situaciones vividas en
aquella ruta, tan rica en paisaje, como en historia.
Finalizadas
las poesías, sentida y merecidísima ovación entre palabras de elogio y emoción
generalizada. Foto de grupo en tan histórico lugar y retomamos la marcha,
siguiendo el sendero que continuaba ascendiendo junto a las pasarelas de madera
de la parte alta de aquella especie de anfiteatro, llegando en escasos minutos
a las inmediaciones del puerto del lobo, donde un helicóptero azul y amarillo
de la brigada contraincendios, velaba armas a la espera de alguna llamada de
emergencia.
2ª parte, SENDERO DE LA CRUZ DE VÍZNAR,
S.L.-A-123:
Desde
las inmediaciones del puerto de Lobo, parte este sendero circular que coincide
en parte con nuestro recorrido, concretamente en este tramo afrontamos dos
kilómetros de ascensión casi continua, que sin embargo, se realizan de forma
muy llevadera gracias a su trazado escalonado, bajo la sombra del cada vez mas
denso pinar, con bonitas vistas hacia toda la Vega de Granada con Alfacar
siempre a nuestros pies y las jorobas de Sierra Elvira siempre al oeste,
balizas de madera del S.L.-A 123, nos confirman que vamos por el camino correcto,
en algunos claros del bosque, al mirar hacia arriba de la ladera, podemos ver
la silueta de la Cruz de Viznar, rematando la peña caliza que nos da la
referencia de nuestro siguiente objetivo.
Superado
un collado, tras el cual teníamos un pequeño tobogán descendente a modo de
tregua en pleno tramo de ascensión, llama la atención una piedra vertical a
modo de gran falo erecto, que en tiempos del Hombre de Neandertal bien pudo ser
adorado como símbolo de fertilidad. La subida continúa, pero el esfuerzo se sobrelleva
muy bien, gracias a la generosa sombra de los pinos, hasta que llegamos al
collado de Víznar (1.484 m), lugar estratégico del parque por ser encrucijada
de cuatro caminos.
Por un lado el sendero por donde venimos que conecta con el
puerto del Lobo, por otro lado el que desde aquí parte de frente (yal y como
nosotros llegamos, que es el que coincide con el sendero de la Cruz de Viznar,
por otro lado el que se prolonga en dirección norte, hacia la cueva del Agua y
por otro lado el que se desdibuja sobre el prado que allí nos encontramos y que
nos lleva hasta los pies de la peña caliza, que tenemos a unos 300 m al SUR,
donde podemos observar la todavía, delgada silueta de la Cruz de Viznar
propiamente dicha, hacia donde la mayor parte del grupo dirigimos nuestros
pasos, no sin antes recrearnos con el despreocupado vuelo a escasa distancia
nuestra de una bonita mariposa Papilio
machaon, que se estaba pegando un festín con todas y cada una de las flores
de otoño que se encontraba a su paso.
Como
íbamos diciendo la atalaya donde se encuentra la Cruz de Viznar (1.559 m), es
una peña caliza, que desde el cruce de senderos, a penas es una pequeña
atalaya, a cuyos pies un cartel nos advierte sobre el peligro de caídas, a
pesar de que en tan sólo un par de ocasiones nos ayudaremos de las manos, para
progresar mas fácilmente, si bien, nunca está de mas este tipo de advertencia,
pues tampoco está expuesto de zonas con cierto vuelo, que pueden llegar a ser
muy resbaladizas en caso de lluvias o nevadas.
Desde poco después de la reconquista de Granada por parte
de los Reyes católicos, una cruz fue colocada en esta atalaya, con el objetivo
de localizar el punto más alto dentro del territorio del pueblo y como señal
protectora ante posibles desastres. Durante su historia ha sido cambiado varias
veces, anteriormente fue de madera y actualmente es de hierro. La cruz que
anterior a la actual de hierro, era de madera de pino, tenía una altura de unos
cuatro metros y unos dos metros de ancha de escuadría era de 20 por 6 cm
Esta cruz se traslado desmontada por carretera hasta el
Puente de La Umbría, en un vehículo todo terreno y posteriormente fue cargada
por un grupo de vecinos, a través de una vereda que conduce hasta este
emplazamiento, allí se monto con la ayuda de muchos vecinos del pueblo, que
acudieron a modo de romería repartiéndose un buen número de bocadillos y bebiendo
agua de la fuente del Collado
Ni que decir tiene que desde esta atalaya tenemos una
panorámica privilegiada del parque natural de la Sierra de Huétor hacia el ESTE
y hacia el NORTE, con magníficas vistas al SUR y SURESTE de la mayor parte del
cordal de los Tresmiles de Sierra Nevada, y al oeste y SUROESTE, la ciudad de
Granada con su vega, a nuestros pies: Viznar y Alfacar, mas allá la sierra de
Elvira, por encima de ésta La Parapanda y cerrando el horizonte al SO: Sierra
Tejeda, Alhama, Almijara y la sierra de Loja.
Una
vez finalizada la sesión de fotos colectivas, individuales y paisajísticas,
regresamos sobre nuestros pasos, hasta el collado de Viznar (1.484 m) y desde
allí tomamos el sendero que se dirige hacia la Cueva del Agua, abandonándolo
unos 100 m mas allá, para remontar una pequeña crestería a nuestra izquierda,
ascendiendo campo través hasta alcanzar una primera elevación de 1.553 m que
volvimos a descender por la vertiente contraría, manteniendo en todo momento
dirección NOROESTE, encarando inmediatamente después la ascensión al punto mas
alto de la zona, es decir, el cerro de La Cruz (1.580 m) donde mas de uno
empezaba a notar el gran desnivel que habíamos salvado en apenas 5 km de ruta
que llevábamos hasta este punto.
Nada
mas abandonar esta cumbre secundaria, iniciamos el descenso por un pequeño
bosquete de pinsapos que destacaba en medio del extenso pinar que predomina en
casi toda la sierra. Encontrándonos en un tramo del camino, con unas curiosas
setas de pequeño tamaño que crecían sobre las piñas que llevaban largo tiempo
en el suelo, “vida sobre la muerte” una metáfora de la esperanza, pues en
aquella jornada el paisaje estaba impregnado de poesía y la poesía de paisaje.
Después
de atravesar un tramo de bosque algo cerrado donde el denso pinar parece
cerrarnos el paso, continuamos por el sendero que en este tramo coincide con la
cañada Real de la Cuna, de dócil caminar entre suaves ascensiones bajo el denso
pinar y pequeñas planicies a campo abierto, hasta que en la parte alta del
camino hay una vieja casa de piedra, que albergaba un transformador eléctrico.
Es el punto donde se contempla ya la vertiente ESTE de la Sierra de Huétor, y
desde donde, a la derecha, parte el sendero que comunica la Alfaguara con dos
de los grandes picachos de la zona, el de las cruces de los Maestros y el de la
Cruz de Víznar. Unos cien metros más allá llegamos a una bifurcación, donde nos
encontramos el mirador de la cueva del Agua y el acceso a la cavidad.
Y
a nuestra espalda, un angosto pasillo horadado en la roca, cual improvisado
paso de Las Termópilas, que en apenas 20 m nos conduce hasta la entrada de La
Cueva del Agua, cuya entrada esta protegida por una gran verja anti vandálica,
pues por desgracia la mayoría de las cuevas que tienen un acceso cercano a
algún camino bien marcado han sido expoliadas, con la mayoría de las
estalactitas y estalagmitas destrozadas o salvajemente arrancadas de su sitio.
Y es que aunque España es un país maravilloso en muchos sentidos, por
desgracia, la conciencia ecológica, no ha sido precisamente un rasgo muy común
en la mayoría de los españolitos de a pie. Pero por fortuna, de un tiempo a
esta parte, parece que se empieza a tomar conciencia. Aprovechando una abertura
en el margen inferior derecho, no estamos desvelando nada que no se observe a
simple vista, parte del grupo entramos en su interior de forma muy respetuosa,
recreándonos en sus magníficas paredes donde todavía se observan algunos restos
característicos de estas galerías, donde nos llamó la atención una especie de
pequeño escenario escalonado, como si fueran a colocar allí un piano o un
órgano, en plan “Rick Wakeman” en su mítico álbum: “Journey to the Centre of
the Earth” (1974) grabado en el interior de una cueva.
Se trata de una gruta que fue poblada durante el
Neolítico y que en teoría, ahora sólo se puede contemplar a través de una gran
reja que ha tenido que instalarse para evitar actos vandálicos y proteger el
patrimonio geológico, estalactitas y estalagmitas que posee, y las colonias de
murciélagos de herradura y murciélagos de ‘patagio’ aserrado que habitan en su
interior. Esta entrada a la cueva, a la que solo se podía acceder desde la
parte superior del cerro, fue abierta artificialmente, como inmediatamente
detectó el maestro Geobotánico Don José Guerrero, para poder llevarse los frutos del expolio que
se perpetró en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Es una gran sala que
desciende hacia el interior de la tierra. No tiene pasadizos ni galerías, es
una cavidad abierta en la que se oye el sonido de decenas de gotas de agua que
caen desde el techo y que, con el paso de los milenios, han creado columnas de
estalactitas unidas a estalagmitas. La mayor de ellas, de ocho metros de
diámetro, situada en el centro de la cavidad, fue cortada por completo para
utilizarla como elemento de decoración en la ciudad.
Por desgracia este pasillo fue
excavado en la roca caliza para poder expoliar su riqueza geológica,
ágatas y grandes estalactitas, que desde entonces adornan, troceadas, algunos
establecimientos comerciales y edificios de la ciudad de Granada. La verdadera
entrada de la gruta solo era posible desde la cima, tras las encinas,
matorrales y quejigos que durante milenios la ocultaron a la vista de quienes
recorrían el sendero entre la Alfaguara y la Cruz de Víznar.
Un rincón
mágico que aún conserva gran encanto, a pesar de los expolios la cueva se ha
convertido en un referente del paso de la historia en la sierra de la
Alfaguara, y es un punto de especial afluencia de senderistas, naturalistas, e
incluso grupos de escolares que visitan este paraje del Parque Natural de la
Sierra de Huétor. A mediados del siglo XX se
describieron elementos geológicos, restos fósiles de fauna y flora del
Pleistoceno Medio (hace algo menos de un millón de años), y una especial
biodiversidad vegetal y animal que en gran parte aún se conserva en su entorno.
4ª parte, DE LA CUEVA DEL AGUA A LA
CUEVA DEL GATO:
Finalizado
el almuerzo frente al panel descriptivo del Mirador de la Cueva del Agua, nos
pusimos en marcha a través de un sendero que en dirección NE, nos llevo en
sentido descendente a lo largo de unos 400 m en la antigua de La Cuna, que
abandonamos, para trochar una pista secundaria manteniendo en todo momento
rumbo NE, dejando a nuestra izquierda el Campamento Juvenil de La Alfaguara, de
donde nos llegaban voces a unos 100 m de distancia a través de la vegetación.
La trocha en algunos tramos discurre por un antiguo sendero, cuyo descenso se
hace algo abrupto y empinado, con alguna que otra cárcava en el centro del mismo por
las correntías del invierno. Abundan por esta zona, las jaras de color morado,
e incluso algunos ejemplares de cardo granadino, Carduus platypus granatensis, una subespecie endémica del sur peninsular, de tallo alto con sus
‘alcachofas’ coronadas de un intenso color rosado y morado.
Atravesamos ahora en suave descenso una zona de alta
densidad de pinar que en su día, casi anuló por completo la vegetación
original, pero en los últimos años, tras programas de limpieza y clareo de los
bosques, los pinares se han llegado a naturalizar y han iniciado una nueva
etapa en la que el matorral mediterráneo comienza a adueñarse del
paisaje. Dependiendo de la época del año pueden encontrase agradables
sorpresas como la presencia de diversas especies de orquídeas ibéricas, entre
ellas Limodorum abortivum, también llamada orquídea abortiva, que tiene la
característica de alimentarse de materia vegetal en descomposición, por lo que
no realiza la función de fotosíntesis y no es verde como otras plantas, sino de
colores morados y blancuzcos.
Hasta que en poco mas de 25 minutos, venimos a salir a
la pista que conecta dos de las áreas recreativas mas importantes de este
parque, por un lado La Alfaguara, a la que llegaríamos en 5 minutos si tomamos
esta pista a la izquierda y por otra parte el área recreativa del Puerto del
Lobo, situada a unos 6 km en dirección SUR, es decir, tomando esta pista a la
derecha, tal y como hacemos nosotros, si bien como se va a comprobar mas
adelante, tomamos algunas variantes para enriquecer mas el recorrido.
El punto donde enlazamos con esta pista, es el mas
septentrional de todo el recorrido, y a partir de ahora empezamos un cómo y
suave descenso por la bien asentada pista, que nos permite disfrutar de amplias
panorámicas del parque sobre el conjunto de valles donde se forma la cabecera
del río de río Darro, que es el que discurre paralelo al famoso paseo de Los
Tristes a los pies del Generalife en una de las zonas con mas embrujo de
Granada capital. Al fondo el cordal de los tresmiles de Sierra Nevada, casi al
completo, desde el cerro del Caballo, hasta el Picón del Jeres, pasando por el
Veleta, Mulhacén, Alcazaba, etc… un paisaje majestuoso, nada menos que el techo
de la península, con su primer manto blanco en las alturas.
Cabe mencionar las magníficas vistas de las que
podemos disfrutar al llegar a la curva donde se encuentra el mirador de
Viznar,donde dentro del paisaje anteriormente descrito destaca justo frente a nosotros un cerro
conocido como La Loma de Las Tejoneras,
a cuyos pies discurre el sendero que formó parte de otra ruta que realizamos en
esa zona del parque en enero 2013 y que podéis ver pinchando en el siguiente
enlace:
Hasta el mirador de Viznar la pista nos llevaba en
dirección SE y a partir de aquí gira hacia el SO, de tal manera que a nuestra
izquierda, en dirección SUR, ya podemos empezar a divisar cada vez con mas
claridad el emplazamiento del estratégico cerro del Maullo, al otro lado del
barranco de La Umbría, en cuyo denso pinar volvemos a sumergirnos, tan pronto
como abandonemos la pista al llegar a una cerrada curva de horquilla a la
izquierda, donde abandonamos la vista, atrochando por un sendero, que nos lleva
a una pista secundaria, desde donde parte el recóndito y casi perdido sendero que
nos lleva a la cueva del Gato, uno de esos rincones de coleccionistas, solo al
alcance de los mejores guías expertos en este parque.
Aunque geológicamente, al menos a simple vista, esta
cueva no parece tan interesante como la cueva del Agua, pues parece una cavidad
mas destartalada, aunque mantiene numerosos restos de estalactitas y
estalagmitas, así como numerosas tobas calcáreas, también tiene su encanto.
Pero para que nadie echara de menos la magia en este lugar, ahí volvió a surgir
la persona de Romualdo “El Trovador de la Senda” a quien con mucho gusto vuelvo
a ceder la palabra.
Manolo
me pidió que al regreso recitara otro poema en aquella fosa común. Se lo
prometí. Pero la Providencia corrigió el guión, pues cuando subí a la Cueva del
Gato y entré en aquella especie de templo, comprendí que era el escenario ideal
para ese último acto poético. Así parecían entenderlo cuantos se encontraban en
su interior, pues distribuidos en improvisado anfiteatro me observaban
esperando una respuesta. No me hice esperar y me arranqué con el
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne,
pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Ella sigue en su baranda,
verde carne,
pelo verde,
soñando en la mar amarga.
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo
sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se
cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en
mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No
ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas
rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre!
¿Dónde está, dime?
¿Dónde está
mi niña amarga?
¡Cuántas veces te
esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca,
negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne,
pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Después de esto perdí definitivamente
el contacto con el suelo y me colgué de
una nube de la que todavía no he bajado. Un
abrazo.
Tras estas palabras, solo me queda volverme a
quitar el sombrero y dedicarle otro aplauso seguido de un emocionado abrazo al
Maestro Romualdo, pues una cosa es leerlo y otra mucho mas intensa, haber
tenido el privilegio de estar allí en vivo; viéndolo y escuchándolo.
5ª parte, DE LA CUEVA DEL GATO A LAS
TRINCHERAS DEL CERRO MAULLO:
Una
vez finalizada la poesía del maestro y tras la sonora y merecida ovación,
regresamos sobre nuestros pasos, hasta el pie de la mencionada pista
secundaria, donde se habían quedado algunos compañeros que nos permitieron
disfrutar de un servicio de “consigna de lujo para no tener que llevar las
mochilas hasta la cueva. Si bien la distancia desde este punto era de unos 200
m y el desnivel, de no mas de 50 de ascensión.
Llegados a
un cercano cruce de balizas, retomamos la pista principal que describe una
amplia curva SE-SO y nos dejaba ya muy cerca del área recreativa del Puerto del
Lobo, pero antes tomamos un desvío a la izquierda, para ascender a la histórica
atalaya donde se encuentran situadas las estratégicas trincheras del cerro del
Maullo (1.329 m),
A donde llegamos remontando o atrochando varios tramos de zig-zag,
mediante el que llegamos a la parte alta del cerro, la vertiente cambia y volvemos
a disfrutar de amplias vistas hacia el sur y el oeste. Al fondo aparece el gran
macizo de Sierra Nevada y gran parte de la Vega de Granada. Llama la atención
la línea de la autovía A-92, con el enorme puente sobre el Darro en Huétor
Santillán, que desde aquí tenemos a nuestros pies.
Desde ese punto el camino continúa hacia el este, manteniendo altura y con la vista puesta en un pequeño promontorio en el que no parece haber construcción alguna. Pero de inmediato, aparece un pequeño pasillo entre las piedras, un camino protegido por un muro de piedra que, de derecha a izquierda, rodea la cima. Hay que entrar en ese pasillo para llegar a las trincheras, nidos de ametralladoras, estancias y túneles. A solo una docena de metros, la primera salida del pasadizo accede a un punto de observación almenado que cae sobre Huétor.
Si continuamos, a pocos pasos, otro cubículo aterrazado se sitúa sobre el valle del Darro, sobre un gran acantilado de decenas de metros de altura, desde el que se divisa la totalidad del barranco, los montes del parque y los accesos desde la sierra a Huétor y a Granada. Y desde allí, los pasillos atrincherados que comunican las diferentes estancias e instalaciones de toda la zona defensiva. Andar por su interior es adentrarse en otra época y recibir extrañas sensaciones. Los pasillos han sido cavados en las rocas con una profundidad que permitiese cubrir por completo la altura de un hombre.
Desde ese punto el camino continúa hacia el este, manteniendo altura y con la vista puesta en un pequeño promontorio en el que no parece haber construcción alguna. Pero de inmediato, aparece un pequeño pasillo entre las piedras, un camino protegido por un muro de piedra que, de derecha a izquierda, rodea la cima. Hay que entrar en ese pasillo para llegar a las trincheras, nidos de ametralladoras, estancias y túneles. A solo una docena de metros, la primera salida del pasadizo accede a un punto de observación almenado que cae sobre Huétor.
Si continuamos, a pocos pasos, otro cubículo aterrazado se sitúa sobre el valle del Darro, sobre un gran acantilado de decenas de metros de altura, desde el que se divisa la totalidad del barranco, los montes del parque y los accesos desde la sierra a Huétor y a Granada. Y desde allí, los pasillos atrincherados que comunican las diferentes estancias e instalaciones de toda la zona defensiva. Andar por su interior es adentrarse en otra época y recibir extrañas sensaciones. Los pasillos han sido cavados en las rocas con una profundidad que permitiese cubrir por completo la altura de un hombre.
Hasta aquel
momento creí erróneamente habían sido construidas por combatientes del bando
Republicano, pero no es así. resulta que, con el
objetivo de tomar la fábrica de pólvora de El Fargue, que no tuvo éxito, Huétor
Santillán fue uno de los principales puntos calientes en el comienzo de la
Guerra Civil. La provincia de Granada fue tomada prácticamente por los
nacionales desde el mismo momento del alzamiento nacional, experimentando su
población durante los primeros meses una represión durísima, que por desgracia
también se llevó por delante al Gran Maestro Universal Don Federico García Lorca. Fueron muy numerosas las trincheras del Bando Nacional,
situadas en su mayor parte en Viznar, sin embargo son las de origen Republicano
las que mejor se conservan, situándose en este caso, su mayoría, en el
municipio de Huétor Santillán.
Todavía quedan muchas de estas trincheras diseminadas a lo largo de la sierra,
presidiendo cerros o cruces de caminos, sin ser considerados monumentos, dan fe
no obstante, de una parte de nuestra historia, de la que fue protagonista de
excepción el Parque Natural de la Sierra de Huétor. Muchas de ellas se
encuentran semidestruídas, víctimas del abandono y del olvido, aunque
actualmente se estudia su explotación como recursos turísticos, a través de la
elaboración de una ruta cultural, por su doble función de memoria histórica y
como fantásticos miradores naturales que nos ofrecen unos espectaculares
paisajes de la zona y del entorno, ¿quién se lo iba a decir a quienes las
construyeron y quienes en ellas libraron tan encarnizados enfrentamientos,
sufrieron, padecieron y maldijeron en tan fraticida enfrentamiento?.
Cuenta una leyenda que en el crepúsculo, al amanecer y
anochecer, entre dos luces, se oían unos largos y extraños maullidos. Es lo que
aseguraban algunas personas que a esas horas coronaban la cumbre de uno de los
picachos más conocidos de la Sierra de Huétor. Afirman que es la energía
residente de los soldados que durante la Guerra Civil vivieron y murieron en
ese cerro horadado por las trincheras, donde la forma de comunicarse entre
ellos, e incluso ser oídos por sus compañeros en otras cimas cercanas, era la
de lanzar maullidos, maullar como si de gatos monteses se tratase para dejar
claro que estás vivo. Es la razón por la que el cerro situado sobre la
localidad de Huétor Santillán, sobre el barranco por el que discurren los
primeros tramos del río Darro, se llama Cerro del Maúllo (del verbo maullar).
Ahora, 78 años después del fin de la contienda, sobre
la cumbre lo que afortunadamente oímos con mas frecuencia es el canto
insistente de pinzones sobre las copas de los pinos, colirrojos entre los
roquedos, jilgueros en los chaparros y el alejado grito de las rapaces sobre
los picachos. Unos sonidos que se mezclan con las voces y pasos de excursionistas,
escolares y montañeros, que han hecho del cerro del Maúllo uno de los lugares más
visitados del Parque Natural de la Sierra de Huétor, una cima a la que es muy
fácil llegar y que incluso cuenta con visitas guiadas que parten desde el
centro de visitantes del parque en la zona conocida como Puerto Lobo. Vive Dios
que en esta atalaya aún se percibe la fuerza y el drama de los espíritus de
quienes aquí lucharon, murieron y padecieron y que parecen haber quedado
atrapados en este lugar que invita a la reflexión, mentras nos recreamos con el
paisaje o caminamos entre túneles, pasadizos, trincheras y antiguos nidos de
ametralladoras.
Desde estas trincheras se
escribieron cartas a madres y a novias que coincidían en afirmar: tengo una
cita con la muerte. Cartas pasionales y patrióticas, henchidas de idealismo en
sus comienzos. Sus autores eran jóvenes que ignoran el matadero al que se
dirigían, sin apenas entrenamiento ni formación militar. A medida que avanza la
contienda las palabras se tornan sombrías, teñidas de desengaño y desilusión.
6ª parte, DE LAS TRINCHERAS DEL CERRO MAULLO A VIZNAR POR EL BOSQUE DE
CEDROS
Una vez finalizada esta visita, casi cultural y realizada a modo de relax y meditación colectiva, iniciamos el descenso regresando sobre nuestros pasos, caminando entre estos pinares de repoblación que se realizaron en la década de los sesenta del siglo XX y que sufren problemas de viabilidad a causa de la gran densidad de los árboles que ha provocado que muchos de ellos estén secos, aunque forman parte de los planes de mejoras forestales que tiene en marcha la Consejería de Medio Ambiente desde 2012 y que ya han clareado otros bosques del mismo parque natural.
La vegetación mediterránea es la clave de gran parte del recorrido. El amarillo de la aulagas, y el morado de las flores de la llamada jara blanca, es omnipresente. Se le suma el verdor de las hojas de las encinas que a final de primavera y en los inicios del verano muestran sus pequeños racimos de flores ocres. A lo largo de este itinerario podemos observar algunas huellas y cagadas de zorros y jinetas, y tierras removidas por grupos de jabalíes alrededor de los árboles y arbustos. Al llegar a las inmediaciones de la pista principal, distante unos 800 m desde la cumbre, tomamos un sendero que sale a la izquierda y que atraviesa un pequeño, pero precioso bosque de cedros. Pasear bajo este pequeño, pero tupido bosque de jóvenes cedros, es trasladarse a los bosques del norte de África, a las montañas del Atlas, donde el Cedrus atlantica, tuvo su origen antes de ser utilizado para repoblaciones en las cordilleras béticas del sureste de la península Ibérica. La sensación es extraña, las enromes ramas de estos árboles casi no dejan pasar el sol. Sus troncos marcan las lindes de un recorrido por el interior de un bosque naturalizado. Estos cedros proceden del parque botánico conocido como “Arboretum de la Alfaguara”, que se encuentra en el corazón del Parque Natural de la Sierra de Huétor, el recuerdo vivo de las tareas de regeneración forestal que cambiaron la fisonomía y los ecosistemas de estas montañas en la segunda mitad del siglo XX salta a la vista en cada rincón, habiéndose convertido este parque en el pulmón de la provincia de Granada. Árboles que junto a pinos de diferentes especies, arces, álamos, e incluso frutales, han crecido y reproducido en este espacio hasta formar un verdadero bosque en el que sorprende encontrar una pequeña alameda junto a grupos de cipreses, ecosistemas húmedos cerca de las viejas acequias, e incluso comprobar como el encinar recuperó territorios de los que fue expulsado.Antes de darnos cuenta, dejamos atrás el bosque de cedros, llegando a renglón seguido al puerto del Lobo, completando de esa manera el trazado circular de la ruta, si bien, todavía nos quedaba por visitar una zona por donde no habíamos pasado esa mañana y que “El cartógrtafo de su majestad” nos tenía reservado como una sorpresa: la Venta Merendero, que se encuentra en la zona alta del área recreativa del puerto del Lobo, donde la mayoría se dio un buen homenaje, repartidos entre las mesas y los corros que formamos en su desgarbada terraza, disfrutando de una agradabilísima temperatura, la desenfada y agradable charla post-ruta.
Una vez finalizada esta visita, casi cultural y realizada a modo de relax y meditación colectiva, iniciamos el descenso regresando sobre nuestros pasos, caminando entre estos pinares de repoblación que se realizaron en la década de los sesenta del siglo XX y que sufren problemas de viabilidad a causa de la gran densidad de los árboles que ha provocado que muchos de ellos estén secos, aunque forman parte de los planes de mejoras forestales que tiene en marcha la Consejería de Medio Ambiente desde 2012 y que ya han clareado otros bosques del mismo parque natural.
La vegetación mediterránea es la clave de gran parte del recorrido. El amarillo de la aulagas, y el morado de las flores de la llamada jara blanca, es omnipresente. Se le suma el verdor de las hojas de las encinas que a final de primavera y en los inicios del verano muestran sus pequeños racimos de flores ocres. A lo largo de este itinerario podemos observar algunas huellas y cagadas de zorros y jinetas, y tierras removidas por grupos de jabalíes alrededor de los árboles y arbustos. Al llegar a las inmediaciones de la pista principal, distante unos 800 m desde la cumbre, tomamos un sendero que sale a la izquierda y que atraviesa un pequeño, pero precioso bosque de cedros. Pasear bajo este pequeño, pero tupido bosque de jóvenes cedros, es trasladarse a los bosques del norte de África, a las montañas del Atlas, donde el Cedrus atlantica, tuvo su origen antes de ser utilizado para repoblaciones en las cordilleras béticas del sureste de la península Ibérica. La sensación es extraña, las enromes ramas de estos árboles casi no dejan pasar el sol. Sus troncos marcan las lindes de un recorrido por el interior de un bosque naturalizado. Estos cedros proceden del parque botánico conocido como “Arboretum de la Alfaguara”, que se encuentra en el corazón del Parque Natural de la Sierra de Huétor, el recuerdo vivo de las tareas de regeneración forestal que cambiaron la fisonomía y los ecosistemas de estas montañas en la segunda mitad del siglo XX salta a la vista en cada rincón, habiéndose convertido este parque en el pulmón de la provincia de Granada. Árboles que junto a pinos de diferentes especies, arces, álamos, e incluso frutales, han crecido y reproducido en este espacio hasta formar un verdadero bosque en el que sorprende encontrar una pequeña alameda junto a grupos de cipreses, ecosistemas húmedos cerca de las viejas acequias, e incluso comprobar como el encinar recuperó territorios de los que fue expulsado.Antes de darnos cuenta, dejamos atrás el bosque de cedros, llegando a renglón seguido al puerto del Lobo, completando de esa manera el trazado circular de la ruta, si bien, todavía nos quedaba por visitar una zona por donde no habíamos pasado esa mañana y que “El cartógrtafo de su majestad” nos tenía reservado como una sorpresa: la Venta Merendero, que se encuentra en la zona alta del área recreativa del puerto del Lobo, donde la mayoría se dio un buen homenaje, repartidos entre las mesas y los corros que formamos en su desgarbada terraza, disfrutando de una agradabilísima temperatura, la desenfada y agradable charla post-ruta.
Casi con pereza, nos volvimos a poner en marcha, pues aunque alguno
que pudiera ir un poco despistado, creyera que ya estábamos cerca de los
coches. Aún quedaba por recorrer, los dos kilómetros que nos separaban de
Viznar, regresando sobre nuestros pasos, tan pronto como atravesamos el área
recreativa bajo las hojas doradas de los nogales, donde jugueteaban los
chavales, mientras numerosas familias apuraban la última hora de la tarde
alrededor de las mesas de camping, que pronto dejamos atrás, para continuar
descendiendo hacia la fosa común donde yacen los restos de Federico García Lorca
y desde allí regresar sobre nuestros pasos, volviendo a pasar por delante de losrestos del molino donde pasó su última noche (en la imagen de arriba), mientras contemplábamos la melancólica puesta
de Sol sobre la vega de Granada, en aquella jornada de intentas emociones con olor
a pino y sabor a poesía.
Crónica dedicada a nuestra glamourosa amiga Maria Jesús Rider "La Duquesa de Baqueira Beret" y a nuestro admirable y aclamado amigo Romualdo Estévez "El Trovador de la Senda" (en esta fotografía).
Crónica dedicada a nuestra glamourosa amiga Maria Jesús Rider "La Duquesa de Baqueira Beret" y a nuestro admirable y aclamado amigo Romualdo Estévez "El Trovador de la Senda" (en esta fotografía).
Pedazo de ruta que sirve de pistoletazo de salida al programa de este año, los ocho bosques mágicos de Andalucia.Felicidades al grupo y enhorabuena a los organizadores. Es un honor poder compartir aventuras con cada uno de vosotros, y especialmente en esta ruta con Romualdo y Maria Jesús. Orgullosos deben de estar de vosotros todos esos chavales que han tenido el privilegio de ser alumnos vuestros.
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